El 2016 ha sido un año muy rico en series de televisión, de todos los tipos y para todos los gustos. Comedias, thriller, ciencia ficción, policiacas: la elección para el público ha sido realmente variada. Ha habido grandes regresos, muy esperados desde hace tiempo, como X-Files, o nuevas temporadas de series de televisión muy seguidas y apreciadas como Gomorra y House of Cards, pero también novedades absolutas que podrían convertirse pronto en nuevos referentes, como Billions, Vynil y Outcast. Muchas historias y protagonistas diferentes, pero que la mayor parte tienen un gran punto en común: tener en el centro del guión uno o más personajes malos, en torno a los cuales gira toda la serie. Entre las muchas propuestas de la programación, hemos elegido dos en particular, muy significativas desde este punto de vista: House of Cards y Gomorra.

House of Cards: cuando el que gana es el antihéroe

Era marzo del 2011 cuando Netflix, plataforma estadounidense de distribución en streaming online, empezó a producir contenidos originales para sus espectadores. Nace entonces House of Cards, una historia donde se contaban las intrigas y los juegos de poder de la Casa Blanca. La producción fue confiada al premio Óscar Kevin Spacey, actor protagonista estelar de la historia y al mismo tiempo productor ejecutivo.

Frank Underwood, protagonista de la serie es un político democrático jefe de grupo de mayoría en el Congreso, devorado por la fama y la ambición de poder. Comparte escena y acción Claire Underwood, su esposa, mujer glacial, fría y calculadora. Una aspirante a reina, más que a primera dama, cómplice despiadada de los complots y de los planes para el ascenso al poder de su marido.

Lo ames o lo odies, Frank Underwood se ha convertido en el referente del imaginario colectivo cinematográfico sobre la política-ficción (y no solo, a menudo también de la política real, pues ha sido citado en varias ocasiones por el presidente Obama, ciertamente en tono humorístico). Hoy, Frank Underwood es un icono, un símbolo de la completa ausencia de escrúpulos y de las intrigas que caracterizan la política moderna. Un personaje muy negativo, cuyo único fin es el de llegar al poder, convirtiéndose en presidente de Estados Unidos, y al mismo tiempo un hombre con mucho carisma. Sus bromas afiladas y despectivas, retratan el personaje, cínico, oportunista, furtivo y despiadado. Frases suyas son: “Un león no pide permiso antes de comerse a una cebra”, o “da la mano con la derecha pero ten una piedra en la izquierda”, o “si tienes que hacer daño, asegúrate de hacerlo de forma excesiva e insoportable para que entienda que puedes causarle un dolor mucho más fuerte del que podría causarte él”. Pero quizá la frase que mejor representa la naturaleza de Frank Underwood de su sed insaciable de poder es “el dinero son como villas de lujo que empiezan a desmoronarse después de pocos años; el poder es la sólida construcción en piedra que dura años. No consigo respetar a quien no ve esta diferencia”. Un tiburón blanco que sabe cómo navegar en aguas agitadas y rojas de sangre, llenas de otros tiburones. Y al público este modelo le gusta. Cuanto más políticamente incorrecto se convierte House of Cards, y más Frank Underwood apuñala y entierra a sus adversarios, más lo exalta y lo anima el espectador, alegrándose de sus éxitos y de los logros de sus complots, casi admirando su modelo de astucia y oportunismo.

El éxito de House of Cards – sobre todo de la primera temporada – fue planetario y unánime. Tanto la crítica como el público han elogiado este serie de televisión hasta enrojecerse las manos por los aplausos. La cuarta temporada, emitida en la pasada primavera, no dio todavía signos de cansancio. La coincidencia temporal con las elecciones para la Casa Blanca del 2016, con golpes tan bajos y mezquinos como los que dibuja la serie, han contribuído probablemente a su éxito, atrayendo espectadores nuevos.. La gran novedad de House of Cards – y quizá el verdadero motivo de su éxito comercial- es la ausencia completa de un héroe, en el sentido literario y cinematográfico del término. En la historia no hay un personaje bueno, positivo, portador de valores, quizá también con sus defectos y fragilidades, con quien el espectador pueda identificarse. Falta el clásico esquema del bueno contra el malo.. Existe solo el antihéroe, Frank Underwood, único dominante de la escena, que combate sus guerras (políticas) contra los otros personas también negativos. Y al final siempre gana él. Es la sublimación y el rescate paradójico del antihéroe, en un escenario desolador en el que no existen modelos positivos de referencia, ni políticos, ni familiares, ni sociales.

Gomorra: una serie sin buenos

Pasamos ahora a una serie producida en Italia, Gomorra, basada en el famoso libro del escritor italiano Roberto Saviano, cuya segunda temporada fue emitida la pasada primavera. El éxito de esta serie ha sido enorme. Se ha difundido en 170 países. Ha sido distribuida por ejemplo en Reino Unido por Sky, en toda América Latina por HBO Latin America y en Estados Unidos por The Weinstein Company. Es, sin duda, el producto televisivo italiano de mayor éxito de la historia, y que ha cosechado el aplauso de las críticas en Estados Unidos y en todo el mundo. La trama es muy sencilla. Se centra en la guerra de camorra entre dos grupos rivales, el clan de los Savastano y el de los Scissionisti, en lucha permanente por el control de Scampia, en la periferia de Nápoles, y por la gestión del tráfico de drogas y armas. Traiciones, represalias, violencias y giros constantes están muy presentes en todo el guión, como en las clásicas películas de gangsters y de mafia.

En Gomorra no hay personajes buenos. No hay policías y comisarios que combaten contra el mundo criminal por misión o por puro sentido del deber. No está el malo que se arrepiente y se redime quizá en el momento de la muerte, como Al Pacino en el Padrino. Tampoco aquí, como en House of Cards, el mal combate contra el bien. Es solo y siempre una lucha entre malos. No hay historia de sangre que se cruza con la del amor. Falta completamente la dialéctica del eterno encuentro entre el bueno redentor y el malo irrecuperable o que al final se redime.

El propósito de los autores parece ser el de narrar el infierno desde sus entrañas, bajar a los abismos más oscuros y degradados de la sociedad, donde solo los diablos pueden vivir y contar, solo contar este mundo oscuro y desolador, sin juzgar. Pero el riesgo de esta manera es el de mostrar el encanto, la fuerza y seducción de los personajes totalmente negativos, capaces de matar por mandato a niños inocentes, sin tener remordimientos o temores. Si no se hace un acto de denuncia de esta realidad, es fácil, también inconscientemente, generar empatía e identificación, o peor todavía, deseo de imitar, especialmente entre los espectadores más jóvenes. Quizá precisamente entre los jóvenes sin trabajo o sin futuro que pululan, como insectos entre las hojas muertas, en estas mismas periferias representadas por la serie de televisión.

En Gomorra, como el mismo Roberto Saviano ha declarado recientemente, no existe salvación para nadie. Es un mundo maldito y condenado, donde el Estado, las instituciones, la policía, la legalidad, la sociedad civil, e incluso la misericordia, están totalmente ausentes intencionalmente. Es una serie de televisión que araña como una uña en una pizarra, sin autocomplacencias y sobre todo sin dar esperanzas al espectador de que otro mundo, más allá del de la violencia y de la venganza, sea realmente posible.

 

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