A menudo, las películas románticas presentan historias que recalcan
perfectamente unos clichés preestablecidos.

Pensemos, por ejemplo, en la clásica escena en que uno de los dos futuros
esposos abandona el altar para ir al encuentro de la persona que realmente
ama, que llega corriendo al lugar donde se iba a celebrar la boda para
interrumpir la ceremonia. Uno de los filmes con este final es -por ejemplo-
una comedia romántica del 2001, The Wedding planner, con Jennifer
López, dirigida por Adam Shankman.

Después hay otro guión visto y revisto: un hombre y una mujer, que
estuvieron locamente enamorados, se vuelven a reunir tras años de
separación. Fatalmente la pasión se reaviva, y tras superar una serie de
problemáticas vinculadas a las nuevas condiciones de vida de uno y otro,
por fin ambos estarán de nuevo juntos. Letters to Juliet, una
película de 2010, dirigida por Gary Winick, relata una historia de este
tipo.

Luego está la típica historia que nace entre dos amigos/enemigos, que se
detestan, pero al mismo tiempo se sienten atraídos, y que acaban por
enamorarse tras afrontar una aventura que les obliga a pasar mucho tiempo
juntos, llevándoles a conocerse mejor y a apreciarse más. Un ejemplo de
este género es Princesa por sorpresa 2, película de 2010 dirigida
por Garry Marshall.

Y luego están el hombre o la mujer divorciados o con un matrimonio en
crisis que vuelven a descubrir el amor, pero fuera de su matrimonio…
Desilusionados y frustrados, encuentran a alguien que les lleva a creer de
nuevo en el amor. Aquellos sentimientos fuertes, muertos en la primera
unión, resucitan ahora en la segunda relación. Una historia de este tipo
es, por ejemplo, la película All you need is love, dirigida por
Susana Bier.

No raramente estos clichés se entrelazan y se solapan. Pero vamos a
concentrarnos en el último.

A ningún matrimonio le faltan momentos de crisis

No es ésta la sede adecuada para exponer unos conceptos archiconocidos por
quienes se ocupan de terapia familiar o de pareja, pero es evidente que
todo matrimonio puede atravesar períodos de crisis, más o menos largos y
más o menos intensos.

Ningún vínculo -tampoco un vínculo de tipo nupcial, caracterizado por
convivencia y exclusividad- carece de problemas, y es claro que a cualquier
esposo le puede suceder que deje de sentirse feliz al lado de su cónyuge.
Incluso puede dejar de reconocer como la persona amada al hombre o a la
mujer que está a su lado.

La pregunta que surge espontánea es: ¿Cuál es la solución?


Un compromiso definitivo que necesita de cuidados en el tiempo

Hay que especificar que estamos hablando de matrimonio, no de noviazgo: dos
novios, en efecto, están viviendo una fase de conocimiento, durante la cual
es lícito tomar nota de que no se dan las bases necesarias para seguir
adelante, y a veces dejarse es signo de valentía y humildad… Dos personas
casadas, en cambio, han llegado a jurarse amor eterno. Para desear que un
amor no tenga fin, y para prometerse – contra cualquier duda y temor – una
fidelidad sin límites, probablemente se ha encontrado algo único y valioso
en ese vínculo; algo que, quizá, merece ser redescubierto y desempolvado
cuando quede sumergido bajo las escorias generadas por las dificultades de
la vida.

Es cierto que también puede suceder que dos personas se equivoquen al
elegirse…. Quizá por ingenuidad o imprudencia, un hombre y una mujer pueden
llegar a casarse casi sin darse cuenta, sin que se dieran las premisas para
una unión duradera.

También es posible que, en el seno de una unión dictada por motivos
diferentes del enamoramiento, dos personas lleguen a descubrirse y aprendan
a amarse. Esta última opción, narrativamente ausente en el imaginario
creado por el Romanticismo, ha encontrado respuesta en la realidad: la
historia enseña que no todas las parejas creadas por motivos dinásticos o
de Estado fueron infelices, ni todos los matrimonios de campesinos
celebrados por «interés» o por la fuerza de las cosas han sido
necesariamente desgraciados. Esta dinámica puede presentarse también hoy,
aunque más raramente.

En cualquier caso, son muchísimos los casos en que se añora un «gran amor»,
el que llevó a prometerse, con fervor y convicción, pasar juntos el resto
de la vida.

¿Por qué no valorizar más en el cine el esfuerzo por resucitar un
matrimonio? ¿Por qué elegir la escapatoria del «segundo amor», en vez de
mostrar que es bello y posible resucitar un matrimonio?

¿Por qué presentar a la primera mujer y al primer marido como monstruosos,
ciegos e insensibles, y de este modo convencer al espectador que es
totalmente imposible resucitar esa relación?

Volver a enamorarse: una empresa posible

Las personas pueden cambiar, pero a menudo los directores usan como
artificio narrativo la figura de la antigua esposa, versión madrastra de
Cenicienta o la figura del ex marido versión ogro malo, para que el
espectador apoye sin condiciones la segunda historia.

En otro

artículo

ya nos dirigimos a ustedes, queridos directores, invitándoles a ser más
originales. De nuevo nos permitimos apelar a su capacidad creativa, para
pedirles que nos ayuden con sus películas a contemplar la belleza de un
amor que sabe resucitar a partir de las cenizas, como Nicholas Sparks ha
sabido mostrar hábilmente en una novela de la que ya hemos

hablado.

Sin duda, hablar de un segundo amor, fresco y recién nacido es más fácil…
porque es más simple enamorarse desde cero de una persona nueva, que
enamorarse nuevamente de una persona que se ha comenzado a detestar o que
ya no somos capaces de reconocer.

Pero el amor, el auténtico, no tiene miedo al esfuerzo y a las
tribulaciones, no tiene miedo a morir, para luego volver a una nueva vida.
El amor, el de verdad, no se mide por el cosquilleo que sentimos en el
estómago, por la sintonía y por el romanticismo… se mide por la capacidad
de apretar los dientes en un momento de crisis, por la capacidad de esperar
y de luchar contra toda posible tentación, y así poder alzarse de nuevo
siempre a la vez.

Queridos directores, no tengan miedo de contarnos un amor así.

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