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Ha llegado el tiempo de rescatar el uso del cuento en el recorrido
educativo de nuestros hijos. Contar significa provocar asombro, fomentar
una apertura hacia el conocimiento. Empecemos ya, entonces, a partir de
esta noche. Vamos a acompañar y adentrar a nuestros hijos en mundos dorados
poblados de hadas, enanos y princesas.

¿Quién no se ha conmovido alguna vez frente al quejido de desesperación de
los enanos que pensaban haber perdido para siempre a su querida
Blancanieves? ¿A quién no le ha causado irritación la madrastra de la
Cenicienta y la crueldad desmedida de sus hermanastras? Los cuentos son
parte de nuestra infancia, nos recuerdan las voces dulces de padres y
abuelos contándonoslas mientras anochecía, cuando todavía la televisión no
se había adueñado de la cabecera de la mesa de nuestros hogares. ¡Y qué
dulce era el son de aquella voz! Ha llegado el tiempo de rescatar el uso de
los cuentos en la educación de nuestros hijos.

Intentemos encontrar las ocasiones más oportunas dentro de nuestras rutinas
familiares para contar historias a nuestros hijos: fábulas o cuentos de
nuestra infancia. Lo importante es establecer esa relación que le permita
al niño desechar miedos o temores, y sumergirse en un mundo en donde la
fantasía se desarrolla y la esfera emocional se consolida.


Contar cuentos: un cuento al día mantiene al psicólogo en la lejanía

Será difícil remediar a muchos apuros de nuestra época, al menos a corto
plazo: pensemos a la contaminación, las adicciones, la crisis energética,
el terrorismo. No obstante, y desde ya, podemos remediar a la soledad de
nuestros niños, a su demanda de cuidados, ternura y amor. Podemos remediar
ya y a coste cero. ¡Basta simplemente con un cuento! Basta con un cuento
para tornar la vida de nuestro niño más luminosa y menos aburrida. Basta
con un cuento para reforzar su sistema inmunitario psicológico. Basta con
cuento para regalarle una caricia que, como un soplo de amor, permanecerá
en su corazón durante toda su vida. ¿Por qué no empezar, por ejemplo, desde
esta noche? Al escuchar un cuento antes de tomar el sueño, el niño
experimenta una emoción muy intensa. Hay una voz protectora e íntima que le
está hablando: la de su mamá o su papá, que son voces infinitamente
superiores a las de la televisión. La televisión es fría, inexorable. No
dialoga y habla sin parar. No acepta preguntas. La televisión no tiene ojos
que te miren, ni manos que te acaricien. En cambio, los padres que le
cuentan al niño siguen su mirada, le acarician, adaptan las palabras
intercalándolas sabiamente con pausas, silencios, suspiros…

No hay realmente ocasión más propicia para estar juntos y afianzar la
relación educativa. El diálogo no es una planta exótica que crece
repentinamente cuando los hijos tienen quince años. El diálogo es una
planta humilde que precisa de cuidados constantes a partir de mucho antes
de que el fruto llegue a la sazón. El diálogo nace también de la suma de
muchas noches mágicas, cuando mamá y papá le cuentan un cuento a sus hijos
mientras éstos se deslizan hacia los sueños más placenteros. Niños sin
cuentos se convierten en adultos tristes, sin fantasía, y más frágiles. Sin
considerar que, como apuntan todos los psicólogos, enfrentarse con lo
desconocido y lo fantástico contribuye al desarrollo del pensamiento lógico
del niño. Y no es sólo esto: los cuentos le ayudan a conjurar sus miedos
que, sin aquéllos, podrían tornarse en verdaderas patologías. Sí, empecemos
a contar cuentos a partir de ya.

¿Dan miedo los cuentos?

De vez en cuando sale alguien que pone los cuentos en el banco de los
acusados: son crueles, despiertan miedos y angustias. ¿Es verdad?

¡No! Definitivamente, no. Condenar los cuentos es un celo excesivo, un
fervor que no da en el blanco o que, mejor dicho, se equivoca de blanco.
Los cuentos no despiertan miedos (o si los generan, son de los que nos
hacen crecer). El niño puede hallar el miedo en todo momento: lo encuentra
en la televisión, que demasiado a menudo rebosa violencia de todos sus
canales, o cuando oye de guerras y vejaciones.

Así pues, es exactamente lo contrario de lo que apunta la acusación. Es el
cuento a ayudar al niño a superar tanta turbación.

El cuento ayuda por dos motivos. En primer lugar porque habla mediante un
lenguaje simbólico. Para usar una expresión de antaño, le habla en román paladín, claramente, con palabras asequibles y
cargadas de implicaciones simbólicas: el bosque, la ciénaga, el fuego, la
bruja, el Coco,… son imágenes de estados interiores, encarnaciones de
vicios y pasiones que difícilmente llegamos a expresar mediante palabras
conceptuales. Es más fácil recurrir al símbolo, que tiene la ventaja de
circunscribir eficazmente los miedos, les otorga un perfil determinado, nos
permite controlarlos y dominarlos y, por tanto, vencerlos y dejárnoslos
atrás. La segunda razón por la que el cuento nos ayuda a superar el miedo
está en el hecho de que todo cuento termina bien, lo que tranquiliza mucho
al niño. Fijémonos, por ejemplo, en el cuento de La Cenicienta que
representa el problema de la rivalidad entre hermanos. De hecho, aunque en
realidad no sea así, el niño se siente maltratado a la par de la
Cenicienta, pero del desenlace victorioso de la heroína saca mucha
esperanza para el futuro. He aquí el motivo por el que, desde siempre, al
final de cada proyección de La Cenicienta, cuando por fin su pie cabe
perfectamente en el zapato fatídico, estallan aplausos sonoros. El miedo ha
sido vencido, de modo que la paz y la alegría pueden volver a hacer el
camino del corazón.

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