¿Os pasa a veces que os dejáis superar por la rutina y los problemas,
habláis con el piloto automático puesto con el cónyuge o con los hijos, o,
descuidando a las personas que viven con vosotros, pensáis solo en los
grupos de whatsapp?

Si la respuesta es sí, os ofrecemos a continuación un “decálogo” para
mejorar vuestra comunicación con la familia, y unos consejos para mantener
–o poner en marcha- la comunicación dentro de las paredes domésticas.

Cuando comunicamos, hacemos partícipes a otros de aquello en lo que
pensamos, lo que tenemos; en última instancia, lo que somos.

La familia, lugar del don de sí y de la acogida recíproca, debería ser un
marco privilegiado para una auténtica comunicación. Aunque a menudo, los
problemas de la vida cotidiana nos hacen descuidar las relaciones con las
personas que más amamos.

¿Cómo reavivar una comunicación adormecida? He aquí 10 rápidos consejos.

1) Utilizad bien la tecnología

Los medios de comunicación modernos son grandes recursos para la familia, y
nos permiten estar en contacto fácilmente: agilizan las actividades
cotidianas y nos ayudan a gestionar la comunicación a distancia.

Sin embargo, hay que poner atención para no sustituir con estos medios la
comunicación cara a cara, y para no perdernos en ciertas chats que
pueden destruir nuestra autoestima y crearnos ansiedad… ¿Un ejemplo? Los
remolinos que se crean en los grupos de chat con otros padres… si
no mantenemos bajo control la situación, se podría resentir nuestra salud
mental.

2) Cultivad el diálogo dentro de la pareja

Cuando uno se convierte en padre o madre, verdaderamente entiende cuánto
cuestan los hijos a nivel de energías… y si nos dejamos arrastrar por la
atención de los niños, corremos el riesgo de olvidarnos de la relación de
pareja. Y esto es muy dañino, en primer lugar para los cónyuges, pero
también para los hijos.

Recordemos que los niños necesitan sobre todo un ambiente sereno, y dos
padres unidos, que se quieran mucho.

Comunicad entre vosotros, no tengáis miedo a delegar alguna vez, y pedid
ayuda para poder pasar un poco de tiempo juntos.

3) No dejéis cuestiones pendientes

Si entre vosotros hay algo que se queda sin resolver, dejad otras cosas
(dentro de los límites de lo posible, por supuesto: la familia tiene que
comer y los niños tiene que ser acompañados a la escuela), y abordad el
problema. Mejor una mancha más en el suelo, que un nudo sin desatar en una
relación de pareja…

4) Utilizad palabras amables

El estrés y las preocupaciones nos llevan a veces a alzar la voz, a decir
las cosas con un tono descortés, a tratarnos con aire de suficiencia.

La familia es una máquina generadora de paciencia, pero a veces el
engranaje se atasca. Alzar la voz es humano y nos puede pasar,
especialmente cuando la jornada empieza mal y termina peor. Pero no nos
acostumbremos, procuremos disculparnos, y a recomenzar de cero.

Recordemos también que los niños se fijan en la comunicación de los padres.
Si nosotros procuramos cultivar la amabilidad, nuestros hijos irán en la
misma dirección.

5) Sed expertos en compartir

A veces, la rutina puede llevarnos a hablar sólo de cuestiones prácticas
(¿has tirado la basura?, ¿has hablado con el fiscalista?, ¿has comprado el
pan?). Recordemos que la familia necesita una comunión auténtica. Hablad de
lo que os sucede, contad anécdotas, jugad juntos. La familia no está
compuesta de planetas aislados… hablar, incluso de cosas sin importancia,
fortalece las relaciones.

6) Utilizad la ironía, también ante las dificultades

Cuando sucede algo imprevisto que trastorna nuestros planes (un fallo, un
olvido, una factura espantosa que daría envidia al monstruo de Lochness),
la primera reacción que tenemos es enfadarnos y traspasar nuestro estrés a
los demás miembros de la familia. Ponemos unas caras largas que parecemos
salidos de «El grito» de Munch… hay que desdramatizar. Recordemos que “lo
que no mata, engorda”, y que todo lo que nos pasa enriquecerá de algún modo
nuestra historia familiar y nos unirá más… ¡aprendamos a reírnos de los
imprevistos!

7) Abrazaos: no existe solo la comunicación verbal

¿Sabéis que los abrazos son antidepresivos naturales, que proporcionan
serenidad y equilibrio? ¡Probar para creer! No todo se resuelve con
palabras.

8) Acordaos de decir “gracias”

El Papa Francisco no se cansa nunca de repetir que es importante pedir
disculpas y dar las “gracias” en la familia. ¿Cómo no darle razón? Recibir
gratitud nos ayuda a sacar lo mejor de nosotros. Si estamos agradecidos a
alguien, digámoslo: nadie sabe leer en el pensamiento (sólo las mujeres lo
consiguen alguna vez, pero también a ellas se les escapan cosas).

No demos nunca por descontado el bien que nos han hecho, no olvidemos
agradecer explícitamente su ayuda a nuestros familiares, aunque solo sea
encontrar la mesa preparada al volver del supermercado…

9) Compartir también vuestras fragilidades

¿Cuántas veces, por orgullo, vergüenza, miedo… nos ponemos una máscara?
¿Cuántas veces intentamos ocultar nuestras debilidades y nuestra tristeza?
En cambio, la familia debe ser el primer lugar de acogida y en ella debe
reinar la transparencia. Abrámonos y permitamos a las personas que queremos
que se abran… un peso llevado entre dos, tres, cuatro, se divide… tantas
veces cuantos son aquellos que lo comparten.

10) Saber decir no cuando es necesario

No todo es bueno, para nosotros y para nuestros hijos. Parece una
afirmación descontada y sin embargo, a menudo nos dejamos arrastrar por los
acontecimientos, por los cambios de humor, por las opciones de los demás.

Aprendamos a decir que no, a corregirnos mutuamente, a seleccionar lo que
va bien y lo que no para nuestra familia. Un “no” dicho con amor es mejor
que un “sí” dicho por pereza.

Y vosotros, ¿tenéis alguna “regla” que añadir? Escribidla en los
comentarios. Este decálogo puede ser ciertamente enriquecido por vuestras
experiencias… una vez personalizado, ¿por qué no colgarlo en un lugar
visible de la casa?

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