Ethel y Ernest: un amor para toda la vida
, es una excelente adaptación de la novela gráfica escrita por Raymond Briggs (The Snowman, Father Christmas), que cuenta la vida de un
matrimonio cuya característica principal es su modo de vivir extraordinariamente ordinario. En esta historia no hay superhéroes
de capa larga, ni viajes interplanetarios en los que se juega la existencia
del universo, ni la presencia de criaturas que amenazan la existencia
humana. Simplemente vemos representado el amor creciente entre Ethel y
Ernest, padres de R. Briggs, quien tuvo la inspiración de realizar una
novela gráfica en su honor. Bastaron 94 minutos para definir qué significa
ser fiel en nuestros días, a saber, el amor en el tiempo (diría el
papa Benedicto XVI). Ella, una ama de llaves conservadora que
ronda los 30 años de edad, cuya pasión por el cuidado del hogar embellece y
da realce a la figura materna; El, un lechero con ideas
revolucionarias pero siempre encarnando con profundidad insondable el gran
valor del trabajo bien hecho y su conexión con la paternidad.

La historia se desarrolla en Londres, a partir de los años veinte, pasando
por los tiempos turbios y sombríos que caracterizaron la Segunda Guerra
Mundial, para luego captar con maestría los acelerados cambios culturales
que se suscitaron en el período de la posguerra, incluso los que trajo
consigo la revolución sexual de los sesenta. El amor matrimonial y el calor
de hogar son la «música de fondo» de esta maravillosa adaptación animada.
No se echa en falta el sentido nostálgico que todo ser humano experimenta
al recordar los momentos de la vida en lo que hemos experimentado el amor
familiar. El hogar se presenta como ese lugar paradójico (palabras
de G. K. Chesterton) de donde todos procedemos y a donde siempre hemos de
volver, pues es aquí donde todos somos queridos incondicionalmente y sin
término. En contraposición con el extendido ideario liberal que muestra la
vida feliz como esa vida llena de lujos de toda índole, Ethel y Ernest reafirma que las dulzuras del hogar se encuentran
en los detalles de cariño más ordinarios del día a día. Bien podría decirse
que este matrimonio encarna de un modo perfecto la afirmación que San
Josemaría Escrivá hizo acerca de la vida lograda: “Lo que se necesita para
conseguir la felicidad, no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado”
(Surco: 795).

Ethel y Ernest
será recordado por muchos como un film animado que nos inserta por
“intravenosa” una fuerte dosis de realidad en medio de la superficialidad
del mundo contemporáneo, ahora tan alejado de su cultura originaria en la
que siempre se ha enaltecido la belleza de la austeridad y el disfrute de
todo lo que une a los seres humanos. En ese tenor, la figura del ama de casa es entrañable). Sin falsas vergüenzas, ni complejos de
inferioridad, Ethel es una mujer cabal que sabe amar. Su imagen resalta con
decoro la importancia del trabajo doméstico de la mujer. Ella es una
afrenta personal para quienes desprecian el cuidado del hogar y lo
califican injustamente como trabajo de poca monta. Pero esto no es así,
pues el saber hacerse cargo del ser amado desde la vida doméstica es una
tarea indispensable para vivir feliz, incluso en una época tan tecnificada
como la nuestra. Negar la maternidad y su vinculación con el trabajo
doméstico es sin lugar a dudas un síntoma de decadencia social y
espiritual. Una humanidad faltante de la figura femenina, y por lo tanto
materna, es una humanidad agonizante.

Por su parte, la imagen del Ernest refleja los sacrificios que un padre de
familia ha de hacer por sacar adelante su principal patrimonio: su esposa y sus hijos. Las frustraciones que lleva consigo la vida
laboral y los anhelos profesionales que todo varón carga sobre sus hombros
es el tema principal de su drama humano. Ciertas cosmovisiones pragmáticas
podrían ver en Ernest a un conformista, incapaz de dirigir una empresa o de
emprender un negocio de éxito. Sin embargo, la madurez que se proyecta en
su arduo caminar nos dice lo contrario. En todo momento, Ernest imprime
pasión a sus deberes de padre trabajador, constructor y protector del
hogar, con gran inteligencia y sensatez, pero, sobre todo, manifiesta su
amor a su esposa y a su hijo. Su participación en el hogar y en la
educación familiar lo convierten en un modelo casi en peligro de extinción.
Esta realidad que brilla en el personaje de Ernest se ha querido opacar por
un cierto feminismo radical que describe al varón como el malvado opresor
de la mujer, secuestrador del trabajo profesional fuera de casa y de todo
desarrollo social. Me parece que este tipo de feminismo es un auténtico
cáncer para la sociedad, que se ha ido extendiendo con rapidez en la
cultura occidental y ha logrado penetrar en nuestras conciencias, creando
un clima adverso para la educación de los hijos, el amor matrimonial y la
vida feliz en el hogar. Ethel y Ernest son un testimonio firme de
que la familia y la educación de los hijos son una prioridad impostergable.
La música de Carl Davis
hará que este largometraje animado pronto se convierta en un auténtico
“clásico” animado de películas con alto contenido formativo. Quien quiera
entender la dinámica familiar en su expresión más genuina y ordinaria no
puede perderse esta gran obra.

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