Uno de los interrogantes que no podemos permitirnos ignorar más es qué queda de los padres en la sociedad actual.

La figura paterna está poco a poco desapareciendo de nuestro universo simbólico cultural y quizá también antropológico. Los padres de hoy, de hecho, parecen huir de la centralidad de su misión originaria: la de función de guía para los propios hijos, para un proyecto de vida a largo plazo.

Este ha sido el tema central del reciente debate en Milán, en el que han participado y debatido juntos un psicoanalista, Massimo Recalcati, un profesor universitario, Franco Nembrini y un cómico, Giacomo Poretti (del trío Aldo, Giovanni y Giacomo).

Qué difícil es ser padres: este ha sido el título del encuentro, que ha puesto en evidencia la marginalidad, además de la fragilidad, de la figura paterna en la sociedad actual. “Estamos en la época del ocaso irreversible del padre” ha subrayado con fuerza Massimo Recalcati, conocido psicoanalista italiano quien, en un diálogo abierto con los otros relatores, ha tratado de individuar las claves de esta pérdida.

¿Qué significa ser padres? ¿Qué relación debe haber entre un padre y sus hijos? En el debate ha quedado claro que ser padre quiere decir en primer lugar ser un educador, un portador de valores y de ética; y a la vez también un ejemplo y un testimonio de la bondad y del bien de la vida.

Los padres reducidos a simples fuente de ingresos en la sociedad actual

Uno de los puntos más agudos e interesantes surgidos durante este debate, ha sido el de subrayar cómo los padres de hoy han perdido, casi ha desaparecido su identidad original. El valor de un padre dentro de una familia y en la economía de la sociedad actual, está unido exclusivamente en su éxito profesional: cuánto dinero lleva a casa, qué puede comprar a los hijos, si puede permitirse pagarles una Universidad prestigiosa, etc. Y de esta forma, los modelos de referencia para los hijos se convierten en otros. No el padre, sino los amigos. El horizonte en el que un hijo aprende a mirar para crecer y asumir un modelo de comportamiento y de valores, es cada vez menos vertical y más horizontal. Se mira, en otras palabras, a los propios iguales, el mejor amigo, el compañero de pupitre.

De esta forma es inevitable derivar casi exclusivamente a la satisfacción del interés y de la necesidad del momento, perdiendo cualquier unión con la trascendencia, los símbolos, la oración, el rito. Los antiguos héroes griegos, como nos cuenta Homero, elevaban con los brazos en alto a sus hijos hacia el cielo, como gesto para pedir a los dioses que los hicieran más fuertes y justos. Un gesto simbólico, pero muy común en esos tiempos, que evidenciaba la verdadera identidad paterna y su misión sagrada: la de educar al hijo y elevarlo al cielo, marcando con el propio ejemplo, el camino para seguir en la vida.

La importancia de redescubrir la identidad paterna

¿Qué hacer entonces? ¿Existe quizá una receta para recuperar lo perdido? El tema es delicado y no se trata de simple nostalgia hacia la figura del pater familias. No hay soluciones preparadas para usarlas. Sobre esto los relatores del congreso han sido claros. Sobre un punto ha habido una fuerte convergencia común: quien no sabe ser padre, detiene el paso de las generaciones y huye de su misión original, no hace crecer, no educa, no es portador de valores y de sacralidad. No es, en otras palabras, testimonio. Nuestros hijos tienen, sin embargo, una absoluta necesidad de un padre de confianza, que les muestre, con su ejemplo concreto, que se debe tener y llevar a cabo un proyecto de vida. El padre, de hecho, es por antonomasia el lugar de la ley, del proyecto a largo plazo, que enseña a renunciar a la satisfacción inmediata por una meta lejana que configura la vida, dándole sustancia y constancia.

Los hijos nos miran y nos piden ser testigos veraces de un proyecto de vida que sepa elevarse del mundo. Sin embargo, hoy los padres tratan de ser amigos de los hijos, en vez de guías y ejemplos de confianza. Juegan con su playstation, se comunican en el mejor de los casos por WhatsApp. En la mesa el maestro es la tableta. El máximo de la relación está constituido en el ver juntos un partido de fútbol o acompañarlos al campo de juego el domingo por la mañana. Su pérdida antropológica, más que educativa y social, se refleja en el crecimiento de sus hijos, a su vez desestructurados y perdidos, sin una brújula a la que mirar.

La paternidad – este es el mensaje final del congreso – es el lugar primordial de la articulación de un proyecto duradero, del optimismo hacia el futuro y el bien, de la mirada vertical, hacia Dios y el cielo. Sobre esto nuestros hijos constituirán su futuro. No perdamos esta misión.

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