Desdramatizar los momentos de convulsión. Se dice pronto, pero ¿sabemos
hacerlo? ¿Somos capaces de convertir una situación tensa en una oportunidad para
sonreír? ¿Hasta qué punto estamos acostumbrados a ver el lado positivo de lo que nos
ocurre?¿Cuánto tiempo pasamos al día quejándonos?

Cuando los inconvenientes son agrandados

Las familias pueden convertirse en lugares de tensión, nerviosismo y peleas
cuando se exageran los inconvenientes.

Ciertamente, hay muchas razones por las que se puede llegar al punto de la
exasperación: cargas financieras, fatiga o roces en el trabajo, problemas
de salud, dificultades para gestionar situaciones relacionadas con los
hijos, cuidado de los padres ancianos, desacuerdos con los familiares, y
mucho más.

Además, llevamos dos años de pandemia en nuestras espaldas, con todas las
restricciones que supuso, así como las dificultades que han habido en el
ámbito médico y sanitario.

Las constantes cuarentenas que obligaron a nuestros hijos a permanecer en
casa, por ejemplo, generó estrés en muchas familias, algunas tuvieron que
hacer acrobacias para encontrar a alguien que cuidara de los niños y vieron
cómo se les reducía la paga por licencia parental,…

Y, sin embargo, la forma en que reaccionamos a lo que nos sucede siempre
afecta a la resolución positiva de los problemas.

Aprender a agradecer y acostumbrarse a apreciar la bondad

Hace unos días, una persona a la que respeto dijo: «En la raíz de toda
guerra está la ingratitud. No nos conformamos con lo que tenemos. Queremos
más. Si pudiéramos concentrarnos en lo que tenemos y no en lo que nos
falta, estaríamos tan agradecidos que no sentiríamos ninguna necesidad de
quitarle algo a otro».

La ingratitud no sólo produce guerras entre naciones, sino también en
nosotros mismos, en casa, entre amigos. En todas partes. Ser ingrato genera
esa molesta sensación de «no tener suficiente».

Intentemos un ejercicio en familia. Preguntémonos cada día qué es lo bonito
de nuestra vida y por qué deberíamos decir simplemente «gracias». Es
importante enseñar a nuestros hijos a hacer esto también, si no queremos
que surja en ellos ese vacío insaciable de los que lo tienen todo, pero
nunca son felices.


Mirar desde fuera, respirar profundamente y volver a empezar

Hay quienes logran restarle importancia, relativizar, mirar los lados
positivos y quienes tienden a exagerar, terminando por perder completamente
la armonía en el hogar. No se trata de renunciar a la lucha por aumentar el
proprio bienestar, pero ¿por qué no intentar vivir un poco mejor?

Cuando nos sintamos abrumados por las situaciones, intentemos mirarnos
desde fuera. Esto nos permitirá estar más lúcidos. También nos permitirá
experimentar el sano desapego que nos ayuda a aligerar un poco.

Una familia que ha aprendido a restar importancia a las dificultades tiene
ventaja.

Una madre, que tuvo que padecer con sus hijos cuatro cuarentenas en dos
meses, me dijo: «es cierto, tuve que trabajar hasta tarde para cumplir mis
compromisos, para cuidar a los niños en cuarentena, pero a cambio conozco
todas las especies animales del mundo gracias a un juego de mesa sobre el
arca de Noé al que mi hijo quiso jugar unas 35 veces para pasar el tiempo.
Y puedo decir que, tomándolo así, hemos tenido unos días tranquilos”.
Demasiado, a juzgar por los comentarios de los otros padres en el mismo
barco que nosotros, y esa reacción me decepcionó mucho.

A veces hay que darse cuenta de que uno no se muere, la vida sigue igual y
se puede ver lo mismo desde otro ángulo.

Una vez leí en un artículo: «Cuando conseguimos reírnos de algo, se produce
una descarga de tensión acumulada en nuestro organismo, que en la mente
produce el efecto beneficioso de restar importancia a lo que parecía un
trago difícil de digerir. Por lo tanto, reírse es como verter lubricante en
los engranajes. Todo tiende a ser menos complicado y a estar más cerca de
una solución positiva».

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