Entre las series estrenadas en Netflix en 2021, hay una que ha tenido especial éxito. Hay quienes la han visto de un tirón y quienes solo han oído hablar de ella, pero lo cierto es que la resonancia mediática que ha tenido esta serie ha sido tan fuerte que ya es conocida por todos, adultos y, desafortunadamente, también jóvenes. Estoy hablando de El juego del calamar.

Creada por Hwang Dong-hyuk, la serie cuenta la historia de cientos de personas que, al borde de la desesperación por problemas económicos, aceptan una misteriosa invitación para participar en un extraño juego, cuyo ganador recibirá una gran suma de dinero como premio. A pesar de que el título de la serie hace referencia a un juego real que jugaban los niños surcoreanos en los años 70 y 80, no es en absoluto una serie apta para adolescentes y menos para niños, como se especifica en la información facilitada por Netflix.

Sin embargo, incluso a aquellos que tienen una edad adecuada para verla no les resultará difícil reconocer un contenido «fuerte», violento y a veces poco digerible. De hecho, la serie tiene muy poco de lúdica: los personajes que no superan todas las fases de la competición son eliminados. Literalmente. A la luz de estas consideraciones, surge espontáneamente una pregunta. ¿A qué se debe este éxito? Seguramente, un porcentaje de los espectadores entra en esa categoría de usuarios que siempre buscan imágenes «fuertes» y situaciones que les suban la adrenalina. También es cierto que la maestría técnica de los creadores dota a la historia de un ritmo impecable, siempre apremiante y lleno de suspense, capaz de mantenerte pegado a la pantalla durante horas. Sin embargo, no creo que esto sea suficiente para justificar tal popularidad. Creo que hay algo más que atrajo especialmente al público.

El límite

En su brutalidad y absurdo, El juego del calamar nos cuestiona a todos y cada uno de nosotros. Durante cada episodio el espectador está ahí, mirando y preguntándose hasta dónde son capaces de llegar los protagonistas de la historia. Cada episodio presenta una situación extrema, en la que se supera el límite. Y así te encuentras como espectador de toda la mezquindad y toda la magnanimidad que se puede encontrar en el hombre. Tanto si uno está sentado cómodamente como si se acurruca tenso en su sofá, la pregunta es siempre la misma: ¿qué elegirá ahora este personaje? ¿Cómo actuará? Y cada vez que presencias algo te desorienta, porque te das cuenta de que no hay límite, ni fin ya sea a lo peor como a lo mejor que puede nacer en cada personaje. Pero, ¿por qué tanta adrenalina? Porque todas son situaciones en las que hay que elegir entre la auto preservación y no dejar atrás a los compañeros. Y es entonces cuando entramos en crisis. Sí, porque el combate es mínimo en algunos casos, pero en otros es muy agotador. Al fin y al cabo, éste es el leitmotiv de toda la serie.

La trama

Los protagonistas del Juego del calamar son parias, reducidos a situaciones extremas de pobreza y completamente marginados de la sociedad. Y esta situación de degradación los tiene tan postrados y frustrados que, sin nada que perder, deciden participar en un juego en el que, para ganar dinero, están dispuestos a sufrir situaciones de violencia física y psicológica. No sólo eso, sino que la eliminación de cada jugador conlleva un aumento del premio final. Si al principio la vacilación es fuerte porque todos son conscientes de lo absurdo de la situación, luego todo se subordina a la necesidad de venganza y redención que los protagonistas sienten ante la vida. Es un desafío a muerte. Y también están los que se burlan de esta situación, los que construyen su negocio sobre ella, los que le quitan a un hombre o a una mujer toda su dignidad, reduciéndolos a un peón que se mueve a voluntad.

El juego del calamar : ¿es una serie que hay que ver?

¿Es una serie para ver? Depende. Sobre todo, con qué actitud la vemos. No se trata de hacer análisis psicológicos ni reflexiones pomposas, sino simplemente de distanciarnos del vórtice de la trepidante acción fílmica, tomar distancia y dar espacio a esa pregunta que está latente en todos durante esos 45 minutos de suspenso: «¿Y yo qué? ¿Qué habría hecho yo?” Quizá nos descubramos a nosotros mismos no tan alejados de aquellos personajes que tanto despreciamos. El mal real no es un juego, no tiene nada de lúdico. Y las ficciones no deben engañarnos a este respecto.

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