Por casualidad, leí hace unos días un artículo que hablaba de la sonrisa de
los recién nacidos, y descubrí algo que no sabía: al parecer, los bebés
sonríen a sus padres para provocar su sonrisa.

En definitiva, no se ríen porque alguien les «haga reír» (como
probablemente hemos creído siempre), sino para hacerte reír. En el artículo
de Huffpost, se lee: «Según un nuevo estudio,
publicado en la revista PLOS ONE, su sonrisa no es inconsciente: los bebés
sonríen adrede, y quieren hacer sonreír a las personas con las que
interactúan. Pero hay más: al igual que los cómicos buscan el momento
adecuado para contar un chiste y maximizar la respuesta de la audiencia,
los recién nacidos eligen la circunstancia adecuada, para -con el mínimo
esfuerzo- disfrutar plenamente de la sonrisa de los demás”.

Para llevar a cabo este trabajo, los investigadores utilizaron una compleja
tecnología robótica. Estudiaron primero los hábitos de muchos «pequeños
voluntarios», recopilaron datos útiles para luegoprogramar un robot que se pareciera lo más posible a un niño. Cuando hacían que esta máquina interactuara con
estudiantes, notaron que el robot tendía a hacerlos sonreír lo más posible,
sonriendo, a su vez, lo menos que podía.

Los investigadores no esperaban este resultado: «Pensábamos que los niños
sonreían sin ningún motivo o, en todo caso, como respuesta», dijo Paul
Ruvolo, profesor de la Facultad de Ingeniería Olin de la Universidad de
California.

Sonreír para hacer sonreír: tres lecciones para nosotros

Aunque los investigadores son prudentes (admiten que no saben aún qué es lo
que impulsa a los bebés a hacerlo, si se trata de un mecanismo cognoscitivo
o de otra cosa), han visto que los bebés se proponen en concreto ver
sonreír a los que están delante de ellos, en primer lugar las personas de
referencia, es decir, los padres.

Admito que me pregunté: ¿qué nos puede enseñar, o más bien recordar, esta
actitud de los bebés hacia los adultos, sobre la forma de comunicarnos y
relacionarnos?

Me gustaría compartir algunas lecciones que he extraído de esta pregunta:

1. Podemos generar armonía sin esperar a que otros lo hagan primero

En lugar de estresarnos y quejarnos, podemos irradiar serenidad. Al igual
que el niño que, en lugar de esperar una sonrisa, la da para provocarla.

El secreto es empezar por nosotros mismos, trabajar en nuestra paz
interior, en lugar de vivir esclavos del buen humor, del malhumor, del
juicio o de los problemas de quienes nos rodean.

2. Podemos ser parte del cambio que nos gustaría ver

Cada persona influye sobre ambiente y sobre los demás.

Sería bueno tomar conciencia de que podemos hacer algo para relajar las
situaciones y aliviar la tensión, en lugar de echar leña al fuego. A
menudo, nos volvemos cínicos, ariscos, porque nos parece inevitable en el
clima en que vivimos. En cambio, cada uno de nosotros es un pequeño
universo que puede generar cosas buenas.

3. Podemos esforzarnos activamente para comunicar la paz «a los que no
sonríen»

He notado que, con frecuencia, muchos cambian su estado de ánimo cuando ven
a alguien intentando aportarles serenidad, en lugar de responder al
nerviosismo con más nerviosismo.

No es sencillo evitar responder con el mismo tono, ser amable con los que
no lo son, interesarse por los problemas que pueden haber llevado al otro a
atacarnos por una trivialidad, pero he descubierto que desactivar la bomba
de la discordia solo produce beneficios.

Un ejemplo sencillo: una vez, una vecina se enfadó conmigo por una
tontería. Me hubiera gustado regañarla, en cambio hice una inspiración
profunda y me interesé por ella.

Hacerla sentirse comprendida, acogida, pasando por alto el insulto inicial,
la relajó, evitó que la paz entre nosotras se viera comprometida. Salimos
ganando ambas, así como nuestra relación.

Una forma de vivir más serenamente en la vida cotidiana es ser amable para
que los demás también lo sean, sonreír para hacer sonreír.

Los estudiosos dicen que funciona y que, al parecer, lo saben hasta los
bebés…

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