“¿Por qué casarse?”, es la pregunta que el profesor Héctor Franceschi,
docente de Derecho Matrimonial Canónico de la Universidad Pontificia de la
Santa Cruz, se propuso responder en la lección inaugural que pronunció
durante la ceremonia de apertura del nuevo año académico.

El docente, con la debida seriedad pero también con una pizca de ironía,
abordó la cuestión, tan actual y delicada, partiendo de la constatación de
que cada vez más personas creen que es posible vivir juntos sin casarse.
Las uniones more uxorio, en efecto, aumentan exponencialmente,
mientras disminuyen los matrimonios. “No es que cada vez más jóvenes no se
casan en la Iglesia – ha señalado el docente- sino que, simplemente, no se
casan”.


Si el matrimonio es visto sólo como una formalidad

Cada vez más, las parejas piensan que, al fin y al cabo, no es tan
importante ‘oficializar’ su vínculo. “Muchos tienen una visión legalista
del matrimonio y lo reducen a una formalidad, lo asocian a un documento o a
una fiesta maravillosa”, explicó el profesor Franceschi. “Pero el
matrimonio es mucho más: limitarse a legalizar la unión no es propiamente
contraer matrimonio. El matrimonio no es algo construido por las leyes y
las culturas, es una realidad natural, que, sin embargo, no se agota en
absoluto en el plano biológico y del instinto: es muy ‘natural’ en el
sentido de que es la forma humana del desarrollo completo de la sexualidad.
Por esto, debemos encontrar modos para explicar a los jóvenes que el don de
sí, en cuanto varón y mujer, en una unión exclusiva, fiel, indisoluble y
fecunda, representa el bien del ser hombre o mujer. Y no porque lo digan la
Iglesia o el Estado, sino porque es así antropológicamente”.

El matrimonio como proyecto de vida

“Uno de los elementos que impiden la comprensión de la verdadera naturaleza
del consentimiento matrimonial es el hecho de que los novios mantienen
relaciones sexuales frecuentes”, ha subrayado el docente. “Esto hace
difícil ver que existe un antes – en el que dos personas se conocen y
maduran la idea de casarse – y un después – en el que el hombre y la mujer,
convertidos en cónyuges, se pertenecen”.

En nuestra sociedad, “esperar” significa a menudo “estar perdiendo el
tiempo”: “estamos inclinados a vivir “todo y enseguida”, “aquí y ahora”, en
lugar de emprender un camino largo y fatigoso, que conduzca a la verdad
sobre una unión, y que la lleve a su madurez plena. Por esto nos cuesta
reconocer la sustancial diferencia entre noviazgo y matrimonio”.

Sin embargo, en una cultura caracterizada por la provisionalidad y la
búsqueda de un bienestar inmediato, “debemos saber transmitir a los jóvenes
que el matrimonio no es una simple fiesta nupcial – precisó Franceschi –
sino un proyecto de vida, que afecta a toda la persona y que requiere
virtudes: fortaleza, generosidad, prudencia, magnanimidad y, por encima de
todo, caridad”.

La importancia del vínculo

Citando al Papa Francisco en Amoris Laetitia, Franceschi afirmó
que necesitamos una pastoral del vínculo, “que ayude a los jóvenes
a comprender que amar significa entregarse en forma total y exclusiva,
acoger plenamente al otro, y no sólo experimentar emociones fuertes. Vale
la pena casarse, pero también vale la pena comunicar la belleza y la
riqueza del matrimonio”.

Al concluir, el docente admitió que se trata de un compromiso notable: “El
desafío puede parecer desmesurado, pero si iniciamos con la adecuada
formación de los sacerdotes, de los fieles laicos y de los religiosos,
seremos instrumentos eficaces para que cambien nuestras culturas. Los
desafíos son grandes, pero tenemos todos los instrumentos para
afrontarlos”.

Previous

Una vida extraordinariamente ordinaria

Next

Ancianos e Internet: si estar conectados ayuda a mantenerse sano

Check Also