Las redes sociales siguen siendo las herramientas que han tenido el impacto
más significativo en nuestra vida de relación. Es una aparente paradoja
que, lo que algunos llaman “instrumentos de una comunicación desencarnada»,
porque eliminan la interacción del cuerpo, se convierten, cada vez más, en
un instrumento para que esos mismos cuerpos puedan encontrarse en la vida
real, compartiendo eventos y experiencias de naturaleza distinta. Son
muchas las personas que, a través de las redes sociales, y de la red en
general, se conocen, o se encuentran y vuelven a verse; y sucede que esa
relación no se limita sólo a la pantalla, sino que, a través de la red,
somos capaces de construir verdaderas redes de solidaridad, de
participación, que operan en territorios más o menos extensos. En todo el
mundo se han difundido iniciativas, nacidas en Internet y que han crecido
en las redes sociales, que permiten a las familias intercambiar no sólo
reflexiones y experiencias, sino también ayudarse mutuamente, apoyarse
recíprocamente en la vida cotidiana.

Solidaridad que nace de la web: algunos casos

La Family Network, por ejemplo, puede ser considerada como
una red de familias, concebida como una red de información para los padres
y como una red de profesionales y organizaciones que proporcionan apoyo a
las familias.

Un estudio holandés (‘Family and Friends: Which Types of Personal

Relationships Go Together in a Network?
’ en Social Indicators Research, junio de 2016, volumen 127, p.
809-826) analizó las dinámicas que caracterizan las relaciones dentro de
las redes familiares, destacando los factores que influyen en la
construcción de redes más o menos significativas y eficaces. Se ha
observado que las actividades que las personas emprenden con estos
contactos personales, los roles que esos contactos desempeñan en sus vidas
y el apoyo que proporcionan, difieren entre los distintos tipos de personas
en su red personal. Por ejemplo, los miembros de la familia tienen más
probabilidades de brindar apoyo incondicional que los amigos, mientras que
los amigos y otras personas desconocidas tienen más probabilidades de
compartir actividades e intereses y también de conectar a las personas con
nuevas ideas. Como resultado, las personas con una red personal variada
generalmente pueden tener más éxito en satisfacer sus necesidades de
sociabilidad, compañerismo y apoyo que las personas con una red personal
homogénea, que pueden tener más probabilidades de experimentar sentimientos
de aislamiento social o falta de apoyo social.

Los diferentes tipos de relaciones, por lo tanto, pueden o no coexistir en
redes personales y, en cualquier caso, pueden afectar a la forma en que se
viven. El estudio también mostró que la extensión de las redes personales y
la propensión a participar en las redes familiares depende y crece de
acuerdo con el nivel de educación, la afiliación religiosa y el sexo, en la
medida en que se considera que las mujeres son más propensas a la relación.

Redes personales y redes familiares

Las redes personales en las sociedades occidentales modernas suelen estar
compuestas tanto por miembros de la familia como por miembros desconocidos.
Las investigaciones muestran que los miembros de la familia fomentan el
contacto con otros tipos de miembros de la familia. Las redes de familias,
por lo tanto, se amplían y a menudo buscan el encuentro, más allá de la
mera conexión, con fines de solidaridad, voluntariado o para compartir
experiencias.

Las redes sociales «virtuales» se convierten así en un instrumento de
conexiones «reales» y son vistas, cada vez más, como un remedio para el
individualismo y el aislamiento al que muchos se sienten condenados.
Sucede, entonces, que la red se utiliza para construir relaciones y
amistades que ojalá puedan transformarse, o volver a ser, reales, es decir,
hechas de encuentros entre personas de carne y hueso. En la página web
puedes buscar y contactar con el viejo amigo del colegio, el primo lejano,
el profesor de bachillerato, y esto le pasa especialmente a la generación
nacida en la segunda mitad del siglo XX; o los millennials y post-millenials pueden conectar con el youtuber más de
moda, el influencer con más seguidores.

La realidad virtual, ahora, ya no es sólo evasión, sino que se configura
como una dimensión de la realidad que afecta profundamente la estructura y
organización de nuestra mente y de la forma en que vivimos. Por esta razón,
cuando hablamos de redes sociales preferimos, de momento, referirnos a las
‘redes sociales híbridas’, es decir, constituidas al mismo tiempo por
vínculos virtuales y reales. Los estudiosos hablan de un nuevo espacio
social, la ‘interrealidad’, considerado mucho más maleable y dinámico que
las redes sociales anteriores, y que caracteriza absolutamente la vida
cotidiana de cada uno. Facebook, por ejemplo, representa un entorno en el
que las relaciones online también se basan en relaciones offline y se mezclan con nuevas relaciones, cuyo propósito, en
algunos casos, es compartir un proyecto común.

A veces las comunidades virtuales están acompañadas por las existentes,
amplificándolas, o bien las preceden, aumentando así las oportunidades y
creando interacciones entre personas que no se conocen entre sí, pero que
se unen para lograr un objetivo común de carácter social, o incluso
económico (crowdfunding). Han llamado la atención de la prensa
varios eventos que han contado con la participación de miles de personas,
involucradas a través de la «plaza virtual», reunidas esta vez en las
plazas reales. Pensemos en el eco de las acciones ecológicas de Greta
Thunberg que, partiendo de la página web, y contando con la amplificación
de los medios tradicionales, ha conseguido reunir en las plazas a millones
de personas de todo el mundo.

Tantas personas, y esto se refiere más o menos a todos los grupos de edad y
a las distintas generaciones, no se conforman con agotar la relación en la
conexión, y buscan, en la medida de lo posible, el encuentro verdadero, o
más bien, el físico, vivido en directo. Ejércitos de adolescentes soportan
interminables colas para ver en directo, estrechar la mano o hacerse unselfie con un personaje famoso. Además están los flash mobs, las agregaciones espontáneas, nacidas a principios de
siglo y difundidas gracias a los teléfonos móviles, incluso antes de que
fuesen reemplazados por los smartphone, y a los mensajes y correos
electrónicos.

La velocidad de difusión de «persona a persona», la búsqueda de espacios de
agregación y de convivencia social, han contribuido al éxito de muchos
eventos a través de los cuales, partiendo de la plaza virtual, nos hemos
organizado para encontrarnos y poblar las plazas reales.

Después ha llegado el hashtag, herramienta de agregación inmediata
y virtual por excelencia. Cada hashtag es un lugar donde cada uno
puede decir lo suyo y ver lo que dicen los demás, y decidir reunirse. Miles
de personas, reunidas a través de hashtags particulares, se reúnen
en plazas reales para compartir momentos de oración y solidaridad, como
ocurrió, por ejemplo, el día después de algunos atentados terroristas.

Tal vez podamos decir realmente que ya no hay diferencia entre el mundo
real y el mundo virtual. Es un hecho cotidiano que, más allá de la mayor o
menor alfabetización informática, la vida real también pasa,
inevitablemente, a través de los contactos online, y que todo esto, al
final, produce el riesgo de aislarnos, aunque a menudo termine uniéndonos y
uniéndonos realmente.


¿Qué riesgos y qué beneficios? ¿Debemos preocuparnos o podemos
aprovecharlo?

La característica de las redes sociales, de ser aceleradoras y
organizadoras de relaciones y sociabilidad, no debe asustarnos, si, como
sucede con tantas experiencias positivas, estas relaciones son capaces de
enriquecer de afectividad y significado profundo la vida dentro y fuera de
la pantalla. El mensaje, y todo lo que la comunicación social puede
transmitir y comunicar, más que identificarse automáticamente con el medio,
dependerá principalmente de la persona, protagonista indiscutible de la
relación, ya sea online que offline.

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