Los niños necesitan ser vistos y escuchados: necesitan comprensión y aceptación. La búsqueda de atención puede desembocar, en casos extremos, en comportamientos violentos y peligrosos, para sí mismos o para los demás.

De todo esto hay en el fenómeno de las baby gang, bandas formadas casi siempre de grupos de adolescentes que cometen actos criminales.

Muy difundidas en América Latina y en Estados Unidos, estas organizaciones están creciendo velozmente también en Europa.

Las ‘baby gang’, como otras organizaciones criminales, tienen una estructura vertical, con un jefe. Los roles están asignados de forma rígida, para un mejor funcionamiento y coordinación del grupo. Si bien las reglas de vida en común se trasgredan en sociedad, dentro del grupo hay reglas que respetar.

Muchas veces las bandas se desafían entre ellos. Los crímenes más frecuentes son los robos de carteras, teléfonos y zapatos. Existe una considerable propensión a las peleas y el acoso, y en algunos casos llegan a cometer delitos más graves (como incendiar almacenes o incluso exigir dinero ‘de protección’ a sus propios padres). Los referentes de estos jóvenes suelen ser futbolistas, tramperos y raperos, imitados en sus actitudes, maneras de hablar, forma de vestir.

Todo se amplifica con las redes sociales

Los comportamientos antisociales se graban a menudo con teléfonos móviles y se suben a las redes sociales o a grupos de Whatsapp. Intentan «tener público», ante el que aparecen como «héroes». Difundir la vida del grupo en las redes sociales fomenta la emulación por parte de otros jóvenes más pequeños. En los peores casos, como sucede en los barrios más desfavorecidos, hay incluso niños de 7/8 años que se unen a estos grupos.

¿Qué familias hay detrás de estos adolescentes?

Podemos individuar dos tipos de miembros de las ‘baby gang’

  • Por un lado, están los que sufren una situación de desventaja social: infancias difíciles, marcadas por abusos o problemas familiares de diversa índole. En esta categoría encontramos a chicos que respiraban intolerancia y autoritarismo en casa;
  • Otras veces, los chicos proceden de familias económicamente acomodadas, pero con padres sobreprotectores, que no dan normas, aceptando todos los comportamientos de sus hijos desde muy pequeños. En este caso, el problema es no haber aplicado correcciones en el proceso de crecimiento, mostrando el valor del respeto y la importancia de ser responsables.

En cualquier caso, como subraya la psicologa Tania Vallonchini: “Hay una falta de orientación simbólica por parte de los adultos que ayude a los adolescentes en su camino de crecimiento. Estos adolescentes suelen encontrarse solos e incapaces de hacer frente a las frustraciones y responsabilidades propias de su edad. Además, tienen una identidad frágil que no les permite vivir serenamente el encuentro con quienes son diferentes de ellos. El ‘otro’ lo perciben como un peligro y no algo que pueda enriquecerles».

¿Qué soluciones hay?

Es muy importante crear espacios y contextos donde los jóvenes puedan reunirse de forma saludable. Las escuelas o las asociaciones deportivas y culturales desempeñan un papel fundamental en este sentido. Los jóvenes necesitan reunirse y socializar, pero es importante que los adultos creen condiciones favorables para que esto ocurra bajo la guía de valores esenciales y rectores como el respeto y el cuidado de los demás. Es decir, hay que ofrecer alternativas a las «reglas de la calle”.

La importancia del colegio y el deporte

También se pueden proponer cursos de psicoeducación destinados a enseñar a respetar a los demás. Además, es necesario que desde el colegio se informe oportunamente ante cualquier situación crítica, para activar una red de ayudas a las familias. Se debe atender particularmente a los hijos de inmigrantes que se encuentran divididos entre la cultura de los padres y la del país de acogida y que tienen dificultad a integrarse.

El deporte además es fundamental porque un entorno deportivo, sobre todo en la periferia, aleja a los jóvenes del aburrimiento y de la falta de perspectivas, dándoles reglas, un compromiso, un objetivo. Además, la actividad deportiva les da un sueño y la posibilidad de un reconocimiento social y profesional, incrementando en muchas ocasiones la confianza en sí mismo, en el otro y la adquisición de una identidad propia.

La presencia de las comunidades cristianas.

Claramente la Iglesia y las comunidades religiosas tienen una gran responsabilidad en todo esto. Andrea Scaglione, un ex – traficante, atraído a los doce años por los criminales de su barrio cuenta la importancia de “bajar a las calles”, porque extirpar el mal de la calle significa extirparlo de la sociedad. Por otra parte, no faltan ejemplos entre los santos de personas que hicieron de la atención a los niños de la calle una verdadera misión, como San Felipe Neri o San José de Calasanz. El primero renunció a la vida de mercante propuesta por su padre para ser sacerdote y dedicar treinta años de su vida al servicio de los jóvenes y los pobres de la congregación fundada por él. El segundo, que vivió a caballo entre los siglos dieciséis y diecisiete, se vio “rodeado” de escolares casi sin quererlo y tuvo que encontrarles nuevas sedes. Con la aprobación del Papa Pablo V, fundó la “Congregación Paulina de los Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías”, formada por sacerdotes y educadores, dedicados a la formación cristiana y civil de los jóvenes a través de la escuela.

Un ejemplo luminoso y entre los más conocidos es la de San Juan Bosco, fundador de los salesianos. A este último se le atribuye una frase con la que podríamos resumir lo dicho anteriormente: «Si se educa correctamente a los jóvenes, tenemos orden moral; si no, prevalecen el vicio y el desorden. Sólo la religión puede iniciar y lograr una verdadera educación».

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