Una de mis películas de cabecera es “Nanook el esquimal” ( Nanook of the North, 1922) de Robert J. Flaherty. Considero que es
una obra maestra, pero además me gusta especialmente porque la descubrí
siendo un adolescente; un riguroso retrato documental de la vida y las
tradiciones de los esquimales a principios del siglo XX pero también un
maravilloso relato de aventuras.

Formó parte de mi educación junto a otras tantas películas, libros y obras
de arte que hoy día llamaríamos “no comerciales”. Explorador, geólogo y
cartógrafo, Robert Joseph Flaherty tuvo un primer contacto con los
esquimales explorando la Bahía de Hudson (Canadá) para el empresario del
ferrocarril William Mackenzie. Mackenzie le animó a documentar su tercera
expedición con un novedoso artefacto: una cámara cinematográfica Bell and
Howell con la que Flaherty rodó 10.000 metros de película registrando el
paisaje pero también las costumbres de sus habitantes, que cada vez le
interesaban más.

Posteriormente, la película se perdió en un incendio en la sala de montaje
de Toronto. Sin embargo, el desastre fue visto por Flaherty como la
oportunidad para rodar una nueva película, ya que no estaba satisfecho con
aquel primer registro de la vida de los Inuit. Así que, con nuevas ideas,
nuevo enfoque, y la financiación de la empresa peletera Revillon Frères,
Flaherty regresó a la Bahía de Hudson, para rodar una nueva película.

Flaherty, que según sus propias palabras, pretendía “mostrar el antiguo
carácter majestuoso de estas personas mientras ello aún fuera posible,
antes de que el hombre blanco destruyera no sólo su cultura, sino también
el pueblo mismo”, cuenta que decidió centrarse en la vida de un esquimal,
Nanook el cazador, y de su familia pues cayó en la cuenta que sólo así
podría narrar la auténtica vida de los todos habitantes de Port Huron. En
la primera filmación había rodado personas y acciones, pero ahora rodaría
las acciones de una persona. Además, en esta ocasión, llevó consigo un
laboratorio portátil para poder revelar y copiar in situ, a fin de
que Nanook y su familia vieran el material filmado y entendieran el proceso
de la película paso a paso. Se suele decir que Flaherty no hizo su película sobre Nanook sino con Nanook. Creo que esta es la
decisión que convirtió a Flaherty en un verdadero cineasta, que dio sentido
y dirección a sus filmaciones. La idea es antigua: “el hombre es la medida
de todas las cosas creadas”.

Flaherty convivió con Nanook y su familia durante más de un año. Rodó cómo
cazaban, cómo pescaban, cómo comerciaban, cómo se alimentaban, cómo
construían sus iglús y sus kayaks, cómo jugaban y se divertían, cómo
educaban y aprendían, cómo amaban y vivían. Con escasos recursos técnicos
consiguió un fresco vívido y complejo, inusual y bello al tiempo, sobre la
supervivencia de un grupo de seres humanos en condiciones extremas, y sobre
la solidaridad y el ingenio.

Como suele ocurrir con la obras maestras, Nanook of the North ha
generado una pluralidad de lecturas y análisis que inciden en aspectos
particulares, como los métodos de rodaje de Flaherty o la influencia de su
película en la Weltanschauung de sus contemporáneos entre otros,
según el paradigma del momento. Admiradores y detractores le dado han mil
vueltas bien reivindicando, con una cinefilia realmente candorosa, la
indudable belleza formal de la película o bien atribuyéndole efectos
perversos como alentar el colonialismo dado que ofrece, en algunas
secuencias, una imagen digerible para los ojos occidentales de la vida de
los Inuit en el Ártico.

No es este el espacio para ofrecer un catalogo de logomaquias
interpretativas, describir la génesis del film, o desenmascarar discursos
sospechosos; solo pretendo afirmar los valores que la película de Flaherty
pueden aportar a la familia y a la comunidad en nuestra época. Nanook
muestra valores positivos como son la solidaridad, la cooperación, el
cariño, el buen humor, la educación de padres a hijos y la lucha consciente
por la supervivencia. Creo que Flaherty hizo una película muy sensible, su
retrato de la familia tiene alcance global. No voy a disimular mi
admiración por este film. Ya he dejado claro que lo considero una obra
maestra.

En mi opinión, la idea de que lo bello y lo bueno siempre se presentan
unidos en las obras de arte es errónea. Basta con detenerse en elEl nacimiento de una nación de David Wark Griffith o El triunfo de la voluntad dirigida por Leni Riefenstahl en 1934.
Ambas alentaron procesos sociales catastróficos, su discurso es maléfico
aunque su construcción cinematográfica sea prodigiosa.

Win Wenders abre su estupendo film documental Tokyo- Ga (1985),
sobre la obra del cineasta japonés Yasujirō Ozu, con una palabras realmente
bellas y creo que buenas: “Por cuanto son típicamente japoneses estos
films, son al mismo tiempo universales. Yo he reconocido en ellos a todas
las familias del mundo entero, y también a mis padres, a mi hermano y a mí
mismo. Para mí, nunca, ni antes ni después, el cine ha estado tan cerca de
su esencia y de su propósito: ofrecer una imagen del hombre de nuestro
siglo, una imagen útil, verdadera y válida en la que se pueda reconocer a
sí mismo pero sobre todo pueda aprender algo de sí mismo.”

Creo que ocurre algo parecido con Nanook of the North. Flaherty
pensaba que el éxito de sudocumental se debió a que espectadores de todo el
mundo, asistiendo a la vida de esta familiaesquimal con los privilegios que
el cine otorga, podían reconocer su propia vida. Al margen detodas las
contradicciones que existen en cualquier obra de arte, creo que el film de
Flaherty ofreceesa imagen útil, verdadera y válida en la que todos podemos
reconocernos.

Pensando en el panorama actual de los productos cinematográficos (no
hablaré de la producción televisiva o de videojuegos) sería buena idea
“rescatar” Nanook de la arcadia cinéfila y programarla en el aula infantil
dosificada en pequeñas cápsulas, o bien proyectarla íntegra y
convenientemente explicada, dada la aversión al blanco y negro de las
jóvenes generaciones, a adolescentes. Esta labor se ha realizado en algunas
escuelas de un modo que considero tímido, casi siempre como apoyo a
determinada materia humanística. Para mí la razón es evidente: Ningún padre
cuestionaría el estudio de las matemáticas, la lengua o la física, pero el
cine, con una dilatada historia y un número importante de obras singulares,
sigue viéndose como un pasatiempo que en los mejores casos alcanza una
documentada cinefilia posmoderna o bien se pierde en mera mitomanía.

Mientras tanto, niños y adolescentes siguen aparcados durante horas y horas
frente a televisores y ordenadores con “control parental” porque no nos
tomamos en serio que la imagen audiovisual transmite valores y modela
comportamientos. Unos ojos más sensibles pueden educarse con la mirada de
cineastas que alumbran nuestra realidad y que despegan nuestra conciencia
de los mensajes más inmediatos.

(*) Javier Bosch Azcona es colaborador en proyectos de investigacion UCV y
realizador y guionista

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