Se escribe talent show, pero significa «momento de celebridad».
Los ingredientes son siempre los mismos: un formato televisivo que
funcione, alguna pelea en el estudio, un rostro hermoso que “traspase” la
pantalla y un poco de talento, y durante algunos meses el éxito está
asegurado.

Luego pasa el tiempo, el cajón de los sueños se vuelve a cerrar y de la
gloria evanescente no queda ni rastro.

Desde hace años, las parrillas televisivas de las emisoras de todo el mundo
incluyen el Talent show del momento. DeX-Factor, pasando porTú sí que vales, a Master chef, es prácticamente lo mismo. Se ha
pasado de la “espectacularización” de la vida a una vida en la que, para
ser alguien, hay que espectacularizarla.

Gracias a la facilidad con que podemos estar a la vista de todos es
inevitable que muchos se presenten como talentos: descargar, subir a la red
y compartir es tan fácil, que nos hemos acostumbrado a soportar cualquier
cosa que se mueva en la pantalla del ordenador o el móvil. Llegamos a
dedicar tiempo y atención a todo lo que está delante de nuestras narices,
únicamente porque hacerlo es fácil e inmediato.

No hay nada malo en esto, pero tampoco nada nuevo: todos buscan el éxito, y
si uno es un talento medio, pero con una cara bonita, puedes intentar la
vía más simple para llegar al éxito. Un poco de self branding
(promocionar la “marca personal”) en las redes sociales… y ya está: uno se
convierte en estrella.

No es exactamente así, todos lo sabemos, y lo saben también quienes
participan en estos programas. Pero la ilusión de lograr el éxito en poco
tiempo fascina, sobre todo a los más jóvenes que han interiorizado el
modelo “influencer«. La red ha creado la mayor ilusión: todos
pueden alcanzar la cima del éxito. Lástima que nadie diga con la misma
claridad y lucidez que, a menudo, en la cúspide se está demasiado poco
tiempo para ser recordados.

El consumismo, también de los productos televisivos, desgasta fácilmente el
éxito, relegando al olvido a quien tiene talento pero le falta
perseverancia.


Talent show: una moda que pasa pronto de moda

En los primeros años 90 las boyband llenaban el corazón de las
fans. Las entradas para los espectáculos eran casi siempre inasequibles y
costosas. Las letras, sugerentes. Las canciones se escuchaban en todas las
radios y televisiones musicales, en primer lugar en MTV. En el fondo, todos
eran chicos guapos, con voces melodiosas, y un coreógrafo diseñaba los
movimientos para los videoclips.

Hoy, la música ya no es un elemento valioso, que nutre e influye en la vida
de la gente, sino un artificio mediático y económico: las canciones tienen
éxito cuando reciben millones de visualizaciones, cuando hacen saltar y
desmadrarse a centenares de personas en las discotecas. Hasta tal punto que
los productores, las casas discográficas, las emisoras de televisión,
tienen un enorme interés en crear talentos ad hoc, que puedan
obtener resonancia y garantizar grandes beneficios, independientemente de
lo que propongan al público, en fabricar estrellas cuyo éxito esté
estrechamente vinculado a una inversión económica, muchas veces con una
duración temporal precisa.

Mejor entonces que se trate de boyband, vencedores en un Talent, fenómenos de la web que truequen la renuncia a expresar su
personalidad y el sentido de su ser musical con la posibilidad de obtener
fama y visibilidad; mejor si son jóvenes que ceden los derechos o las
ediciones musicales firmando contratos leoninos y cantando piezas escritas
por otros; mejor si se trata de artistas -quizá inicialmente sinceros- que
sometan la fuerza vital de sus sueños a las leyes del mercado. Aquí está el
problema: si la música se acomoda al mercado, acaba por reducirse a una
forma vacía de contenido, a una acumulación de modas que se suceden en un
triste mecanismo en que cada una devora a la anterior, sin dejar nada más
que una melodía simpática o un récord de taquilla. Las emociones genuinas
de las que es portadora privilegiada la música se ahogan con facilidad,
transformando la frescura pura de un talento en un árido instrumento que
guiña el ojo a las fáciles ganancias.


Talent show
: los que estaban convencidos de haber triunfado

Muchísimos nombres se han sucedido en el evanescente escenario de los shows
de televisión. Muchísimos personajes alcanzaron el ápice del éxito para
caer luego en la oscuridad del anonimato, quizá con éxito en su vida, pero
sin regresar nunca a la cresta de la ola mediática.

Es el caso de Leon Jackson, ganador de X-Factor UK 2006,
olvidado casi antes de empezar su carrera. La televisión y los medios de
comunicación pueden ser a la vez gentiles y crueles. Quizá no basta ganar,
si falta el ingrediente mágico del que nace una verdadera estrella. Algunos
siguen siendo personajes de éxito, mientras que otros se hunden rápidamente
en el olvido, y desafortunadamente para quienes piensan convertirse en un
personaje, a largo plazo no todos los ganadores siguen siéndolo.

En Italia, uno de los ejemplos más llamativos es el de la primera edición
del Gran Hermano. Los participantes han tenido historias y
vidas muy diferentes de las que esperaban: Cristina Plevani, la ganadora,
trabaja ahora de cajera, el segundo en orden de aceptación, Salvo
Veneziano, su colega, después de pasar por casi todos los programas de
televisión de cotilleo, ha logrado realizar su sueño y hoy es dueño de 17
pizzerías. También hay quien, como Pietro Taricone, después de haber
iniciado la carrera de actor, fue víctima de un accidente mortal.

Y más allá del Océano las cosas no van mejor. Ciertamente, en el star system americano abundan jóvenes que han conseguido situarse
gracias a la participación en un programa televisivo, pero tampoco faltan
los olvidados.

Y en la patria del «todo es posible», irónicamente, han sido muchos los
personajes «descartados» de los talent show que luego han
alcanzado el éxito por sus dotes musicales.

Es un clarísimo ejemplo Christina Aguilera que, a los nueve años, fue
eliminada, y luego se convirtió en la princesa del pop y logró varios
premios Award. Britney Spears no ganó » Star Search«, pero se ha convertido en una de las
personas más famosas del planeta. ¿Sólo han tenido suerte? ¿O les faltaba
talento para el show? A veces el destino es guasón, y quién sabe si algún
productor discográfico no se estará dando con la cabeza en la pared por
haberlas eliminado. Los reality, los Talent, pueden ser
trampolines de lanzamiento, pero la vida y lo que nos reserva no son tan
previsibles; por eso habría que enfocar estos formatos televisivos dándoles
la justa medida: la de un «juego», para divertirse y darse conocer, pero
procurando seguir con los pies en tierra, para bien y para mal.


El arte auténtico nunca pasa de moda

Puede parecer retórico, pero hemos de darnos cuenta de esta situación para,
al menos, intentar construir un paradigma alternativo. No se trata de
renunciar a un fenómeno consolidado como el de los talent show,
sino de

darse cuenta de que favorecen la difusión de un mensaje erróneo

: creer que, para ser un auténtico artista, basta ser guapos y tener una
voz aseada. Necesitamos un arte fuerte, auténtico, que contribuya a formar
nuestros caracteres, que exprese valores, y que guíe con sinceridad
nuestras pasiones.

Hace falta dar voz a los talentos escondidos que vibran subterráneamente.
Hace falta un arte verdadero e inmortal.

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