Cuando era muy joven, Abby Johnson abrazó la causa de Planned Parenthood (institución “sanitaria” estadounidense que
practica abortos, recientemente implicada en escándalos de venta de tejidos
embrionarios de fetos abortados en sus clínicas); trabajó al principio como
voluntaria, y más tarde llegó a directora de una clínica. Ocho años después
de entrar en Planned Parenthood, decidió cambiar completamente de
rumbo y se adhirió al campo de la defensa de la vida.

Su historia, contada en el libro Sin Planificar, escrito por la
propia Abby Johnson con la ayuda de Cindy Lambert (“Unplanned”,
Tyndale Momentum, 2010; traducido al castellano y publicado por la
editorial «Palabra» en 2011), invita a reflexionar a los
partidarios del aborto, a los que luchan por los derechos de los niños no
nacidos, y a las mujeres que llevan dentro de sí una herida.

La violencia nunca es camino para el bien

Cuando Abby entró en Planned Parenthood, no consideraba el aborto
como un bien, pero creía que, en algunos casos, era un “remedio
inevitable”.

Convencida de estar de la parte de la razón, afirmaba que “interrumpir un
embarazo no deseado es un derecho”. Las actitudes negativas de algunos
exponentes del movimiento pro-vida le reafirmaban cada vez más en esa idea:
frente a las amenazas, las ofensas, las pancartas cruentas contra las
chicas en crisis que entraban en la clínica, Abby sentía rabia contra los
agresores y compasión por las jóvenes víctimas.

Lo tenía muy claro: frente a los “matarifes” que asaltaban a las chicas
fuera, los trabajadores de la clínica se hacían cargo de los sufrimientos y
necesidades de esas mujeres solas, frágiles y asustadas.

Además, el objetivo declarado de la institución era reducir el número de
abortos, gracias a la planificación familiar: Abby se aferraba a ese fin,
para justificar su permanencia en un “lugar de muerte” (como más tarde lo
definirá ella misma), aunque no estaba del todo en paz con su conciencia.

Un drama personal

La compasión por las chicas en crisis era fruto de una experiencia personal
previa. Cuando tenía veinte años, Abby descubrió que está embarazada. El
padre era un chico mayor que ella, que tenía ya un hijo y no quería otros.
Abby vio que su vida se arruinaría por ese niño que llegaría “en el momento
equivocado”, y no sabía qué hacer. “Es muy fácil…», le dijo entonces Mark,
su chico, quien, con la misma tranquilidad con que le daría un vaso de
agua, le propuso que abortase. Fue el inicio del tormento interior de Abby.

Abortó, sin darse cuenta realmente de lo que estaba haciendo, y sin decirlo
a nadie. Ese drama interior fue uno de los motivos por los que se hizo
voluntaria de Planned Parenthood, un lugar donde nunca nadie la
juzgaría por su pasado.

La oración silenciosa y la amistad gratuita

Unos años más tarde, Abby se encontró de nuevo encinta. Casi sin pensarlo
puso fin también al embarazo, diciéndose: «No estoy matando a nadie,
todavía no hay un niño formado dentro de mí. Y además, no tengo elección.
Solo estoy yendo adelante con mi vida”. Su relación con Mark estaba
acabando, y no quería tener que seguir unida para siempre a él a causa de
un hijo.

El segundo aborto, sin embargo, produjo en Abby heridas aún más profundas
que el primero.

El aborto era un mal… En el fondo lo sabía, pero no acababa de admitirlo.

Mientras tanto, se encontró con unos defensores de la vida pacíficos y
acogedores: personas que ayudaban a chicas en dificultades, en vez de
gritarles su desprecio; que rezaban silenciosamente para que triunfe la
vida; y que, amablemente, ofrecían una alternativa al aborto. Estas
personas movieron a Abby a replantearse su actitud.

Le influyó sobre todo una iniciativa: «40 días y 40 noches en favor de la
vida»; una campaña consistente en una oración incesante por las mujeres,
por los niños, por los promotores del aborto.

“¿Y si tuviesen razón? ¿Y si el verdadero bien es defender la vida, siempre
y en cualquier caso? ¿Y si Dios estuviera de su parte, y no de la mía? ¿Y
si yo me estuviera equivocando?» Estos gritos reprimidos comenzaron a girar
en la cabeza de Abby…


Las mentiras y los eufemismos no pueden borrar la realidad

Años después del final de su historia con Mark, Abby se casó con Doug,
hombre bueno y paciente, con quien tuvo una hija. Él era contrario al
aborto, y los dos vivieron profundos contrastes. Sin embargo, la respetó, y
sin ofenderla, le ayudó a reflexionar.

Entretanto, Planned Parenthood tuvo problemas financieros y,
aunque públicamente la institución siguió declarando que su objetivo era
reducir el número de abortos, internamente se insistía a los empleados en
que, para aumentar los ingresos, debían encontrar el modo de hacer crecer
el número de abortos (las clínicas tenían beneficios con los abortos, no
con la planificación familiar). Esta mercantilización de la vida humana
agudizó la crisis interna de Abby.

Pero lo que le llevó a pronunciar su “basta” definitivo, fue cuando, por
falta de personal, y a pesar de que ella era asistente social y no médico,
tuvo que colaborar personalmente en un aborto.

Citemos las palabras con las que Abby describe el momento cuando, por fin,
ve la realidad sin filtros, el momento en el que comprende que, con el
aborto, no se “acaba con una situación de sufrimiento», sino que se elimina
una vida humana, una persona:


Es igual a Grace cuando tenía 12 semanas, pensé con sorpresa,
recordando la primera vez que vi a mi hija, tres años antes, acurrucada
y segura en mi vientre. La imagen que estaba viendo ahora me parecía la
misma; de hecho era más clara y nítida. Me asombraron los detalles: se
veían claramente el perfil de la cabeza, los dos brazos, los pies, los
dedos. Estaba todo perfectamente formado. Inmediatamente la ansiedad
sustituyó el recuerdo de Grace: ¿Qué voy a hacer? Sentí una tremenda
punzada en el estómago

.

[…] Estaba quitando a esa mujer el bien más preciado de su vida, y ella
ni siquiera lo sabía.

Este fue el inicio del viaje de Abby hacia la defensa de la vida…

El poder de una acogida sin condiciones

Abby ve en Dios el autor de su conversión. Cree que su corazón y sus ojos
se abrieron gracias a las oraciones sinceras y continuas de sus amigos de Coalición para la vida, que la acogieron de la misma manera antes
de su cambio que después.

A raíz de su cambio radical, Abby tuvo que comparecer en un tribunal para
defenderse de falsas acusaciones; personas que consideraba amigas la
traicionaron; sufrió graves problemas económicos. Pero experimentó una
alegría, una paz y un sentido de libertad que nunca había sentido antes.

Pocas semanas después de su conversión, ella misma estuvo rezando ante la
clínica donde había trabajado durante ocho años, convencida entonces de que
abortar era un derecho.

Un libro que habla de curación

Este libro habla de curación: curación del cinismo, de una mentalidad de
muerte, curación de las mentiras que nos cuentan para acallar la
conciencia, curación de la esclavitud del dinero, curación de los
eufemismos que esconden la verdad, curación de los errores cometidos en el
pasado.

El libro hace reflexionar sobre la paciencia de Dios y el valor del respeto
hacia los que, según nosotros, viven en el error.

Cuando Abby trabajaba todavía en la clínica de Planned Parenthood,
comenzó a asistir a algunas reuniones de una comunidad cristiana
protestante, de la que fue expulsada por su profesión. “Si únicamente
hubieran intentado hacerme comprender que estaba equivocada, en vez de
expulsarme…”, dice Abby con pesar, después de su conversión.

Pensemos en la historia de Abby cuando seamos intolerantes y agresivos;
pensemos en Abby para considerar que el verdadero secreto para ayudar a
alguien a reconocer sus errores son el amor y la cercanía.

Pensemos en Abby, incluso cuando perdamos la esperanza, cuando no veamos
cambios en torno a nosotros, cuando nos parezca que el mal se ha apoderado
del mundo.

Este testimonio nos enseña que lo que no sucede en ocho años, puede ocurrir
en tres semanas.

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