Frágil, manejar con cuidado
“Imaginóse el desdichado que era todo hecho de vidrio, y, con esta
imaginación, cuando alguno se llegaba a él, daba terribles voces pidiendo y
suplicando, con palabras y razones concertadas, que no se le acercasen,
porque le quebrarían, que real y verdaderamente él no era como los otros
hombres, que todo era de vidrio de pies a cabeza”. Así Miguel de Cervantes,
en una de las Novelas ejemplares (colección de
relatos publicada en 1613), describe a Tomás Rodaja, un joven letrado
llamado «Licenciado Vidriera» que, como el Don Quijote que el autor
escribía por aquellos mismos años, es un loco que dice la verdad a quien se
cree normal. Tomás fue envenenado por una mujer con un filtro mágico que no
logró el efecto deseado -obligarle a amarla-, sino un resultado distinto:
sobrevivió de milagro, pero el joven se convenció de que estaba hecho de
cristal. Llevaba ropas amplias, no consentía contactos cercanos, caminaba
solo por el centro de la calle, dormía sobre la paja y temía que las tejas
de las casas le cayesen encima. Sus amigos intentaban en vano ayudarle:
“arremetieron a él, y le abrazaron, diciéndole que advirtiese y mirase cómo
no se quebraba. Pero lo que se granjeaba en esto era que el pobre se echaba
en el suelo, dando mil gritos, y luego le tomaba un desmayo, del cual no
volvía en sí en cuatro horas”.
En estos días dramáticos también nosotros nos sentimos de cristal
. Frágiles y asustados ante cualquier contacto, hemos tenido que
encerrarnos en casa. El efecto es tan inesperado como perturbador: las
relaciones se muestran en su desnuda verdad. Los espacios limitados y el
tiempo abundante provocan inevitables roces y enfrentamientos, pero sólo
cuando somos transparentes descubrimos la calidad de nuestras relaciones.
Es el mismo Tomás quien nos ofrece la solución, porque gracias a su locura,
el joven ha adquirido el poder de la transparencia: “decía que le hablasen desde lejos
y le preguntasen lo que quisiesen, porque a todo les respondería con más
entendimiento, por ser hombre de vidrio y no de carne, que el vidrio, por
ser de materia sutil y delicada, obraba por ella el alma con más prontitud
y eficacia, que no por la del cuerpo pesada y terrestre.”
En el relato de Cervantes, se extiende la fama de sabiduría y sinceridad de
Tomás, y muchas personas le piden consejo o simplemente escuchan su lúcida
locura: el joven dice la verdad sin tapujos, desenmascarando mentiras y
ficciones de los interlocutores. Lo mismo nos puede suceder en estos días
de relaciones “inevitables”. ¿
Cuánto tiempo hace que no abordamos heridas, silencios, mentiras,
rencores, secretos, que nos han alejado de quien vive con nosotros,
bajo el mismo techo? Ahora, precisamente porque no nos podemos
esconder, tenemos la posibilidad, como el licenciado Vidriera, de hacer
transparente lo que ha sido oscurecido por las actividades externas
cotidianas o embotado por repetitivas rutinas domésticas.
Y la verdad recuperada podrá ser arma o medicina. Elegiremos nosotros los
que qué hacer de nuestra condición de hombres y mujeres de precioso cristal
de Murano: sometidos al fuego incandescente de la emergencia estamos
obligados ser de nuevo maleables. ¿Sabremos remodelar las relaciones
gracias a esta inesperada ternura o seguiremos con la rigidez, haciéndonos
trizas mutuamente? El tiempo que debemos pasar juntos parecerá muy largo,
pero es una nadería en comparación con lo que puede significar para la vida
futura. Conozco familias que están redescubriendo la belleza de estar
juntos, con pasatiempos olvidados, como los juegos de mesa, o simplemente
comiendo en compañía; un marido que debe proteger a su mujer inmunodepresa
con una nueva delicadeza; hermanos pegados a series de televisión que -en
otras ocasiones- no verían nunca juntos; parejas que recuperan intereses
comunes olvidados; padres que leen cuentos a los hijos, madres que dan
rienda suelta a su creatividad para ocupar a niños encerrados en casa
durante tantas horas; personas de la misma comunidad de vecinos que se
ayudan para la compra o para otras necesidades… Podemos aprender de nuevo
a “manejar con cuidado” la fragilidad de los demás: el virus es letal para
el individualismo que nos envenena diariamente.
Al final del relato, Tomás se cura,
pero todos prefieren al excéntrico licenciado Vidriera que les decía las
verdades sin términos medios: por esto, se ve obligado a emigrar a donde
nadie lo conoce, para comenzar una nueva vida.
Y nosotros ¿seremos capaces de vivir estos días de verdades, aunque
sean difíciles, duras, a veces imposibles, como una oportunidad
irrepetible de veracidad en las relaciones fundamentales?
Hemos sido obligados a ser de vidrio, es decir, más auténticos de lo que
creemos ser ordinariamente detrás de máscaras, corazas, hábitos y papeles
que nos hacen sentirnos seguros, pero quizá nos hacen oscuros, precisamente
con los únicos que tienen derecho a nuestra cómica, tierna y frágil
transparencia, para poder amarla.
Artículo publicado en español por concesión del autor y por cortesía del
Corriere della Sera.