En la sociedad moderna, definida por McLuhan como una

“aldea global de dimensiones ampliadas y con una nueva forma de
sociedad de tipo comunitario”,

estamos presenciando un proceso creciente de tribalización: el nacimiento
de múltiples pequeñas comunidades, junto a grandes dificultades en las
relaciones afectivas.

La red está agudizando los problemas sociales y las relaciones personales
se resienten. Como siempre, el problema no está solo en el medio sino en la
persona. Y el problema, los problemas, afectan más a las nuevas
generaciones.

El impacto es más fuerte entre los más jóvenes, los nativos digitales, esos
chicos nacidos ya con los smartphone en mano y a quienes resulta cada vez
más difícil despegarse de él. En ese mundo de constante interconexión,
always on, donde se pierden amistades y se recuperan viejos conocidos, es
difícil tener intercambios reales y no mediatizados por la tecnología.

El tiempo cambia y con él también los modos de relación. El advenimiento,
crecimiento y luego la difusión espasmódica de instrumentos siempre
conectados están cambiando rápidamente la forma en que vivimos y pensamos,
lo que provoca una inquietud relacional inexistente hasta ahora. Una
revolución que casi asume los contornos de una involución, al menos con
respecto a las relaciones humanas.


El fenómeno del “ghosting”: la nueva tendencia a romper un vínculo
afectivo

Sucede cada vez más a menudo que alguien desaparece de repente en la nada,
sin dejar rastro. Se borran amistades, amores y se cancela la posibilidad
de ser localizado. El «ghosting», literalmente significa
“convertirse en un fantasma”, no ser ya localizable.

Una manera como cualquier otra de romper una relación evitando responder
llamadas, mensajes y chats, sin asumir la responsabilidad de justificar las
causas que llevaron a esa ruptura.

Nada nuevo comparado con el pasado: si se cerraba una relación de alguna
manera se desaparecía, para evitar contactos de cualquier tipo. El
problema, sin embargo, es la “digestión” de una ruptura. Cerrar una
relación no puede simplemente limitarse a “apagar las luces”, digitalmente
hablando.

Detrás de tales actitudes, en realidad, se esconden personas egocéntricas e
inmaduras, incapaces de asumir responsabilidades o enfrentar situaciones
que pueden provocar emociones negativas.

La peor parte le toca a la «víctima del fantasma» que vive la interrupción
de la relación como una tortura psicológica, con el consecuente síndrome de
abandono. Obviamente, la autoestima se resiente.

Esta práctica se experimenta como un auténtico rechazo social que activa en
el cerebro las mismas vías neuronales que las del dolor físico. Un impacto
negativo que puede afectar a las relaciones sociales reales y virtuales. No
olvidemos que el hombre es un ser relacional y que nuestro cerebro tiene un
sistema de monitoreo social (SSM) que controla el entorno para comprender
cómo reaccionar ante situaciones que involucran a otros. La práctica de
ghosting nos priva de señales y, por lo tanto, puede tener un efecto
devastador para las personas, especialmente si hablamos de gente joven que
necesita del grupo de iguales para entenderse a sí mismo y al mundo
circundante.

Vamping: generación de vampiros

Socializar en la Web incluso de noche se ha convertido en un hábito, una
moda que pulula entre los niños, y los no tan niños. Personas que
permanecen despiertas por la noche enviando mensajes y tuits, chateando y
publicando comentarios o fotos. El difuso fenómeno se conoce con el nombre
de Vamping, en referencia a las actividades de los
vampiros que solo salen de noche.

La generación always on, constantemente conectada, nunca se detiene, ni
siquiera por la noche, con los consiguientes problemas de concentración
durante el día y de insonmio de noche.

Puesto que el primer smartphone se maneja ya a una edad muy temprana -el
98% de los jóvenes entre 14 y 19 años posee un smartphone- esto significa
que los más pequeños son los más expuestos. Su vida está cada vez más
vinculada a las pantallas interactivas y muestran serias dificultades para
lidiar con el mundo circundante, con sus pares y con las generaciones
anteriores.

Hikikomori: la reclusión en casa de los jóvenes

Otro fenómeno de nuestro tiempo es el Hikikomori, un
término japonés que significa “estar al margen”.

Los afectados son jóvenes entre 14 y 25 años que no estudian ni trabajan y
que deciden auto recluirse. Un fenómeno que, iniciado en Japón, se extiende
cada vez más otras sociedades con economías desarrolladas. Familyandmedia
ya había señalado este problema al contar cómo muchos adolescentes elegían
voluntariamente permanecer recluidos y pegados delante de las pantallas de
un ordenador.

Pero las últimas estimaciones hablan de miles de casos en continuo aumento,
un auténtico ejército de reclusos que necesita ayuda.

Los sujetos que se autoexcluyen no tienen amigos y pasan la mayor parte del
día en su habitación. Tienen muy pocas interacciones sociales, excepto a
través de internet y las redes sociales. A veces, incluso sus perfiles son
ficticios y viven un desdoblamiento de personalidad. Un aislamiento
peligroso que a veces desemboca en depresión.

Phubbing: el control se convierte casi en obsesión

Por último, y no menos extendido, es el fenómeno del phubbing. Un vicio
común de muchos, jóvenes y menos jóvenes.

Miramos el propio dispositivo mientras hablamos con alguien. Un fenómeno
que empobrece las relaciones humanas, porque es inútil enfatizar cuánta
concentración se requiere al controlar el propio smatphone y cuánta
atención se quita a quien se habla. A menudo, las conversaciones ni
siquiera se acaban porque el interlocutor pierde la paciencia y decide
interrumpir o, lo que es más frecuente, se pone a controlar a su vez su
smartphone y se evapora la conversación.

Estamos perdiendo la capacidad de confrontarnos con nuestros similares cara
a cara, e incluso los padres a menudo se ven obligados a enviar mensajes de
WhatsApp a sus hijos para llamar su atención, aun cuando están a menos de
un metro de distancia.

Falta una cultura digital

Ghosting, vamping, hikikomori, phubbing… nuevas y desconcertantes
modalidades de relación social. ¿Pero hay una solución? Seguramente no hay
recetas mágicas ni soluciones rápidas y baratas. Hace falta construir una
nueva cultura de lo digital, conseguir una relación sana, libre, consciente
y equilibrada con las herramientas tecnológicas que son ya extensiones de
nuestro cuerpo. Por lo tanto, frente a las nuevas formas de presentarse el
desafío perenne -trabajar en la formación del carácter- hemos de
desarrollar las virtudes de siempre, pero en situaciones nuevas y, por
tanto, con formas siempre renovadas, originales.

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