Hace años, cuando estudiaba en Roma, me hice amiga de una chica
latinoamericana que estaba en Italia para estudiar filosofía. Me encantaba
reflexionar con ella sobre el significado de las cosas. Recuerdo que una
vez mantuvimos una maravillosa discusión sobre el valor antropológico de la fiesta, el tema de un seminario
que ella estaba cursando.

En el curso se defendía la importancia de la «fiesta» en la vida y mi amiga
decía: »

Los días y momentos de celebración deben escudriñar nuestra rutina, la
deben irrumpir, llevándonos por un rato a una dimensión diferente a la
cotidiana

. Necesitamos tanto una vida cotidiana (si no, no apreciaríamos la fiesta)
como días que nos alejen de la normalidad (si no, nos alejaríamos de lo
cotidiano)».

No todos los momentos son iguales

Incluso sin haber asistido a seminarios de filosofía, probablemente
estaremos de acuerdo en que hay ocasiones, días únicos, que deben celebrarse. No es lo
mismo celebrarlo o no… Es bonito pararse a dar las gracias por algo,
recordar un acontecimiento positivo y disfrutar de lo que tenemos,
principalmente de nuestras relaciones.


La fiesta, sin embargo, se hace realidad si uno hace comunidad con los
demás. No se puede «celebrar en solitario»

. Uno puede alegrarse interiormente, pero si no está con otra persona, la
fiesta no tiene lugar.

¿Qué le dice esto a una familia?

Ya hemos hablado de la importancia de compartir momentos con la familia a lo largo del día,
explicando por qué es importante, por ejemplo,


preservar la convivencia en la mesa familiar.


Ahora queremos centrarnos en la importancia de saber celebrar los días especiales.

Compartir es el alma de la fiesta

Recuerdo una imagen muy triste que circuló por las redes sociales hace
algún tiempo: se veía una mujer sola soplando las velas de una tarta de
cumpleaños.

Detrás de ella, en el sofá, se podía ver a un hombre, probablemente su
marido, mirando algo en su teléfono móvil. Los niños estaban haciendo otra
cosa, quizás jugando a videojuegos. Se notaba que la foto estaba tomada con
un disparador automático.

Alrededor de esta imagen se habían construido algunos «memes graciosos» (la
situación, desgraciadamente, se prestaba porque era surrealista: todos nos
damos cuenta de que «celebrar en solitario no es celebrar»). Sin embargo,
sinceramente, creo que hay muy poco de lo que reírse.


Detrás de este descuido en un día de celebración se esconde el drama de
una familia desunida

. Una familia a la que le cuesta «vivir juntos».

Vi esta foto justo antes de que comenzara la emergencia sanitaria por el
Coronavirus y se me ha quedado tan grabada que me ha hecho pensar que

el confinamiento ha limitado nuestra capacidad de reunirnos (y eso nos
ha costado mucho), pero el problema mayor sigue siendo la «distancia de
los corazones»

.

Incluso en medio de los cierres provocados por el Covid, de hecho, hemos
visto a gente brindando por Skype en Navidad, descorchando champagne
virtualmente para una graduación, bailando juntos en Nochevieja ante una
pantalla. El

deseo de estar juntos casi lleva a superar los impedimentos físicos

, quizás a través de la tecnología. Mientras que si este deseo no existe,
no tiene sentido estar en la misma habitación…


«Es importante ser capaces de destacar lo que es especial».

Hace unos meses, una amiga me comentó con entusiasmo que había leído unos
escritos muy bonitos de Mariolina Ceriotti Migliarese, neuropsiquiatra
infantil y psicoterapeuta de Milán, que trabaja como psicoterapeuta de
adultos y de parejas y se dedica a la formación de padres y profesores.

En particular, me indicó el libro La familia imperfecta. Cómo convertir los problemas en retos
(Rialp, 2019) donde, entre otras cosas, se habla del valor de celebrar las
fiestas en familia.

El libro sostiene que

saber celebrar las fiestas juntos hace más fuertes las relaciones:
celebrar la vida de los demás en familia nos recuerda lo importantes
que son, lo mucho que nos importa su presencia. Refuerza los vínculos.

Y son muchas las ocasiones que podemos encontrar para celebrar juntos: el
Día de la Madre, el Día del Padre, los cumpleaños, los días del santo, las
promociones en el colegio, el éxito de un proyecto importante, el domingo
(pidiendo a los niños, en la medida de lo posible y sin rigidez, que estén
presentes a la hora de comer): Ceriotti Migliarese sugiere dar valor a los
rituales especiales que cada familia construye a lo largo del tiempo en
torno a determinados aniversarios y, por último, añade que también es
importante no excluir a los niños de los funerales de los seres queridos,
porque negando la muerte no se deja de tener miedo a ella.

Poner en valor a los demás y a la vida

El mensaje que transmite la psicoterapeuta y que quiero compartir con
ustedes se puede resumir con esta frase suya citada en el libro: » Hay

una cultura que está ligada a la capacidad de celebrar, y a la de
distinguir lo cotidiano de lo que no lo es: una cultura que es la
capacidad de reconocer las diferencias y de celebrarlas. Es importante
llegar a ser capaz de resaltar lo que es especial, porque así se pone
de manifiesto su valor».

Me permito añadir que no se necesitan grandes cosas para festejar. No es
necesario gastarse una fortuna para celebrar un aniversario o un
cumpleaños. Sin embargo, el ingrediente esencial es el deseo de celebrar la
vida juntos.

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