Parafraseando al entusiasta y conferencista de éxito Víctor Küppers, “vamos
por la vida como pollos sin cabeza”.

El estrés y los quehaceres del día a día nos hacen no ser conscientes de la
vida misma. Y de esta forma no valoramos la belleza de cada jornada.
Estamos o angustiados por el futuro que ha de venir o frustrados con el
pasado no disfrutado.

Con este panorama, seguro que más de uno de nosotros hemos llegado a desear
que se parara el mundo, para apearnos e ir más despacio.

Y, para sorpresa de todos, el mundo se paró.

No deja de ser sorprendente que un microscópico virus haya sido capaz de
tantas cosas: detener la economía, frenar el turismo, poner en peligro al
mundo entero… por enumerar algunos efectos visibles.

Nunca imaginamos que algo así pudiera ocurrir. Pero ha pasado y ahora nos
toca afrontar esta realidad.

Se han realizado muchas lecturas acerca de lo que ha supuesto la Covid-19
en nuestras vidas. Pero me gustaría valorar, de una forma más personal, lo
que este virus ha comunicado a mi familia.

En primer lugar, ha reubicado nuestro hogar. Muchas veces vamos con
prisa por la vida y no prestamos atención a ese lugar que nos acoge y
nos descansa.

Con el confinamiento dijimos adiós a los compromisos y nos metimos 24
horas en casa, devolviendo así la mirada al hogar. Y volvimos a
saborear las cosas más sencillas, que son precisamente las que hacen
hogar: cocina, bricolaje, limpieza, decoración…

En segundo lugar, nos ha comunicado que, a pesar de los problemas,
siempre cabe salir de uno mismo y darse a los demás. Lo hemos visto en
multitud de iniciativas buenísimas, desde hacer batas y mascarillas
para los sanitarios hasta hacer la compra a ese vecino de escalera que
es ya mayor.

Como tercer punto, hemos llegado a la conclusión de que la igualdad es
importante pero mucho más la corresponsabilidad; en la que ambos
miembros de la pareja colaboran al máximo y lo dan todo por la familia.
Eso sin cálculos ni rivalidades absurdas. Generosidad al 1000%.

En cuarto lugar, hemos recibido la lección de que debemos valorar más
cuando estemos con alguien, con amigos o familiares. La mascarilla ha
sido la clave: debemos volver a mirarnos a los ojos y aprender a
sonreír con ellos. Y poner en práctica la escucha activa, pues muchas
veces nos distraemos con las pantallas de nuestro alrededor.

En quinto puesto, después de ver arrebatados los sacramentos en
nuestras iglesias, hemos aprendido que en las cosas de Dios hay que
poner ilusión. Quizás íbamos al precepto dominical distraídos o quizás
ya formaba parte de nuestra rutina y era una actividad más. No importa.
La conclusión a la que hemos llegado es vivir cada instante con el
Señor con la ilusión de la primera vez.

En materia educativa, el aprendizaje ha sido doble. Por una parte,
hemos sido más conscientes que nunca de que los padres somos los
primeros educadores. Ha sido muy dura esta experiencia de las clases
online, pero, y así enlazo con la segunda lección, ¡cómo valoramos
ahora a los profesores!

En séptimo lugar, nos ha dado un toque de atención en materia
medioambiental. Este dichoso virus ha logrado detener la polución y
bajar la contaminación a niveles como hacía mucho tiempo que no
habíamos tenido. Si el Covid-19 ha podido, nosotros también podemos. El

quid

está en proponerse pequeños gestos que tengan un impacto directo en la
salud de nuestro planeta.

Lo siguiente que nos ha comunicado es el valor de la verdad. Los bulos
o

fake news

han circulado a lo largo y a ancho del planeta, y en una situación así
hemos valorado las noticias verdaderas, sin tremendismos, pero con
datos reales. De esto escribí también en este

post.

El noveno lugar lo ocupan los ancianos y discapacitados. No son
descartables, son imprescindibles. Los primeros, por ser nuestro legado
y los segundos, por enseñarnos a amar de verdad. En esta crisis, con la
situación en las residencias de nuestro país, estas personas han sido
las grandes perjudicadas. Como sociedad debemos hacer examen y ver qué
medidas tendremos que aplicar para que no se repita si esto vuelve a
suceder.

Y en último y décimo puesto, hemos aprendido a valorar las virtudes
humanas y su necesaria aplicación para la paz familiar. En ocasiones ha
sido muy difícil la convivencia, y el poner en práctica valores como la
paciencia o la templanza han sido mano de santo para lograr un ambiente
más alegre y feliz.

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